Piensas tonterías, cada domingo en cada envidia que sientes, piensas tonterías. Cuando piensas en optimismos, en molestias, en ajenos, piensas tonterías. Al dudar de una permanencia, al molestarte por una salida, piensas tonterías.
Ellas pueden importar, pero son tonterías por no ser más que efectos de la incertidumbre que no se puede aún decidir. Son meras molestias de quejas nerviosas, de angustias poco justificadas.
Eso debilita, es de suponer, impide. No son torres cercanas que puedan armarse en contra, son torres lejanas de las que no se sabe y por poco se puede dudar. Pero al dudar hay bestias que formamos y pedimos que comiencen su ataque en nuestra contra.
Son tonterías, al menos las bellezas que ya no están. Claro pueden serlo aún, ser bellas no depende de la relación que guarden con la persona. Son tonterías, las memeces que pueden sulfurar. Aunque continúen sulfurando, e irriten con ahínco.
Todos podemos sospechar con que nos han engañado, para admirarlos, y al hacerlo, deprimirnos, ahogarnos, alegrarnos, olvidarnos, puede ser sencillamente una excelente estrategia de quienes nos los enseñan para exprimirnos nosotros las fuerzas, y dejarlas colgadas cerca a nosotros, pero no en nosotros. Solemos perderlas luego, a veces gustan de moverse mucho.
Piensas tonterías, cuando no hay luz, cuando no hablas, cuando te escabulles, piensas tonterías.
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