Esa desagradable impresión a desperdicio, a no realizar mayor actividad que la del descanso y el disfrute infructuoso. Cada mañana levantándose con esa sensación caminándole entre los dedos de los pies, mordiéndolo, haciendo las veces de pequeñas hormigas dentro de sí, semejando un calambre, pero no doloroso, sino irritante, calavérico, que lo entierra más en la cama y apoyándole a seguir en un continuo olvidar de construcciones. Se levantó la mañana anterior y como tal vez hará ahora, para lograr cansarse lo suficiente, hacer los mismo comentarios del día anterior, con personas similares, con tonos similares, incluso si algo le ofende, ofenderse de manera similar a como lo había hecho la última vez que se le mencionaran la ofensa, para así, ojalá muy tarde - luego de la media noche- pueda acostarse y dormir sin darse por enterado. Las fases de sus horas se parecen entre sí. En esta mañana que tiene un sol no muy amigable para él, se le ve acostado del modo en que duermen aquellas personas que han acumulado el cansancio en el hígado, en nostalgias y en sonrisas. Se le nota despierto sobre una cama, irritado, el sol le acompaña con sus luces el rostro, él adolorido en la cabeza y débil en el cuerpo, insulta la posición del calor en la mañana mientras busca cómo acomodarse para seguir durmiendo. Se mueve lo menos que puede.
Está en una cama, ciertamente, no está recostado en su cama. Ha amanecido en un sitio que en algún momento se le permitió quedarse, y no lo está solo. Con él tres personas más, entre colchonetas y una de ellas, un amigo pensaba, le acompañaba en la cama. Todos por un cuarto desgraciadamente muy iluminado. Giraba cuanto se le permitía para huir del sol, no reflexionaba demasiado sobre qué haría ese día, solía darse, como el capricho de la ciudad y los conocidos lo dispusiese. No trataba de pensar qué había hecho, parecía estar entero, sin sorpresas nuevas, como heridas, como tatuajes, como colorete en el rostro de una mujer no recordada, parecía no tenerse qué arrepentir de algo que hubiese hecho. Recordaba, que tenía una chaqueta ese noche, ahora mismo, no la tenía, pero hace mucho calor y mucho dolor de cabeza para recordar una chaqueta de cuero negra. Estas improvisaciones que le hacían olvidar el aburrimiento en otros lugares, son repetitivos, no son muy distintos entre sí; un día en una casa, con una conversación, una afinidad musical, una afinidad física, otro día en otra casa, con otra afinidad estética, con una afinidad en el baile..., un esquema desgastado, sorprendentemente atractivo, y con una imagen de apuesta que pareciera atraer mucho.
Como en esos días, el sol sube, deja de ser amenazante para permanecer dormido. Así se siguen las horas, comienza el hambre a luchar con el sueño y el cuarto en que él duerme pierde personas, dos de ellos se levantan, una de ellas es la que le acompañaba en la cama. Pasando el mediodía comienza a tener un poco más de ánimos de levantarse, apoyados por esa sospecha que le gritaba que no habría comida alguna para él en ese lugar. Mirar el techo, porque no tiene sueño, pero tampoco ganas de levantarse, es su actividad, procura mantener sin pensamientos su cabeza. Luego de un rato, respira hondo, se levanta de la cama, se toca, tiene su billetera, su celular, mil pesos en billete y unas monedas, tendrá con qué engañar al estómago y fingir que come. Con él queda una mujer, aún dormida en la colchoneta, bajita, cansada, de manos pequeñas y de uñas largas pero sin pintar, cabello engañosamente corto, piel levemente morena y neutralidad en los labios. La mira, le sonríe como deseándola ver de nuevo. Por un momento tiene algún pensamiento sobre sus deseos que pronto ahoga, sale por la puerta del cuarto, esperando comer algo y que la noche le mencione como olvidará su vida mañana.
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