En esta ciudad, entre particularidades llamativas hay bonitas y desastrosas, al menos al compararlo de donde vengo: soy de una ciudad pequeña que poco mantiene informada de lo que sucede y que los habitantes no le exigen mucho más. Así fueron nuestros antepasados y no mucho mejores hemos sido nosotros. Así en esta ciudad existe una particularidad llamativa y bonita; hay mucho más de donde enterarse, mucho más por lo cual enterarse aunque en mucho más cuándo enterarse gana la pequeña ciudad. En esta ciudad (así bautizada) se ha criado un amor sorprendente hacia la visión de ciertas particularidades de la misma, que inspira hacer grandes frases regionalistas, también un cierto gusto por quedarse toda la vida allí ayudando al progreso, supongo. Las visiones de los habitantes pueden partirse a tres pedazos. Los del departamento, los del país y los del resto del mundo. Cada uno de los habitantes de la ciudad desea que los del departamento vean a su ciudad como la ciudad más importante del mismo; a los del país como la ciudad con mejor educación del mismo y a los del resto de mundo como una ciudad primer mundista en un país tercer mundista.
Para estos propósitos tienen planes bien marcados, aunque no se colocaron de acuerdo entre ellos, sino que tácitamente los fueron aprendiendo todo sin proponérselo. Sin profundizar (que tal vez no esté en capacidad de hacerlo) podría decir que para mantener la visión de estas tres divisiones los habitantes hacen:
para los del departamento: Invitarlos a ser engullidos por los mercados de la ciudad o por su vía de tren.
para los del resto del país: Usan frases arribistas, invierten en bellezas ostentosas e innecesarias, también invierten en bibliotecas y educación.
para los del resto del mundo: Ocultar las características que la hacen una ciudad más homogénea a su país.
¡Los de esta ciudad notoriamente tienen una enorme tendencia al desarrollo en términos generales!
Pero en descripciones sin importancia, como pasa a menudo, el tema con el que inicié quedó inconcluso; particularidades llamativas las hay bonitas y desastrosas. Las particularidades llamativas llaman la atención y están hechas a fin que sea ven, que se resalten para parcializar las visiones y acotar los detalles. Para entretener al turista, que viene un poco rápido y un poco sin tiempo, los turistas toman paseos rápidos, por tanto forman imágenes rápidas, opiniones cortas y generales (usualmente erradas).
Quien vive en esta ciudad para amarla sin más se la pasa en su cabeza viéndola como si fuese un turista. Lleno de bibliotecas, museos, gente excéntrica y amable, terriblemente amable. Insulta, sin mantener pendiente, a muchos de los ridículos que causan grandes daños en la ciudad, luego regresa a considerar la majestuosidad de ésta. Estos ciudadanos son turistas de su ciudad imaginaria, de su ciudad mental, ignorando la ciudad que con su asfalto sostiene sus pies.
El deseo de gobierno es tener turistas y ciudadanos turistas (los del párrafo anterior). Para tales fines construyen más edificaciones en la ciudad imaginaria gastan tiempo en llenar de detalles bellos las calles de ésta en la cabeza de los ciudadanos, esto es un acto de increíble grandeza. Los costos son bajos y los resultados mejores, aprendemos a disfrutar de comida que no tenemos, de educación que apenas existe, de calles seguras que no se pueden andar por ser su propio contra ejemplo. Los gobernantes que saben que el imaginario puede partirse al enfrentarse con los hechos pululan discursos que reivindican la pereza, el amar a la casa, el miedo a lo no visto, así no sea peligroso. Piensan en todo para el bienestar del ciudadanos, principalmente a no salir del imaginario para no enterarse qué tan bien está su bienestar.
Así se crean reglas carentes de necesidad, pero por las que se reclaman con fiereza y que hacerlas cumplir es digno de inversión de insistencia. Estas reglas son elegantes y ayudan a lucir superiores a otros lugares, son reglas de orden, como una búsqueda intensa por lo estético y la seguridad. Estas deterioran la capacidad crítica y las reducen a una insustentable prudencia o una insoportable cortesía. Así se crean estas reglas, porque los imaginarios que nos creemos requieren desterrar a las falsaciones, a los fallos. Como el imaginario es colectivo, los fallos se evitan en colectivo; se omiten con amabilidad, con orden, con falacias, con frases extremas. Se obvian con un complejo camino que se renueva ante los errores, para esquivar más fallos o admitir algo que pasó a ser bueno. Estas reglas, forman el camino, y es la peculiaridad más llamativa que puede tener esta ciudad, ver que pocos ciudadanos viven en su ciudad, que viven elevados en unas calles en donde se vanaglorian de una inexistente maravilla, cultivada con esmero, admirada con orgullo. En esa ciudad increíble montada en la cabeza no habito yo, ni habita nadie.
lunes, 5 de agosto de 2013
Un cigarro es como un mal polvo - reflexionaba un mujer- la sensación es placentera, pero pequeña, además para pedirle más placer saber que debes fumar despacio, moverte despacio, exigirle poco. Cuando se acaba - lo decía mientras cruzabas las piernas- quedas insatisfecha o a veces insatisfecha y hostigada, esto último es peor: quieres más places pero no más cigarros, aunque puedes quedar con ganas de placer y hostigada de todo. Quieres gritar desesperada, buscar donde esconderte de tu propio disfrute, pero no quieres buscar nada. Todo es desagradable e insatisfactorio; moverse, respirar mirar, estar triste o contenta. Así mismo es un mal polvo después de eyacular repentino y previo a lo deseado, te deja buscando más - presiona un poco las piernas-, pero su verga se debilita al tanto que deja alguno de tus agujeros vacíos y esperando. Cuando deprime, cuando te deprime, no quieres más polvos, ni buenos ni malos, añoras si mucho tirar todo a la mierda. Tirar la cajetilla de cigarrillos por la ventana -suspira un poco. Un poco de placer que no se encuentra fácil es la ventaja de ellos dos. Los cigarros son baratos y los malos polvos siempre están calientes. Los malos polvos los hay por todas partes y los cigarros vienen en cajetillas de a veinte. Uno tras otro hasta sentirme saciada u hostigada. Llena en ambos casos.
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Hay que andar, es de suponer. Hay que exponer aunque no hablar. Sinceridad, que de dónde llegas, que de donde te ocultas. Silencio para nosotros mismos, nos aprendemos a callar sin quererlo a languidecer los desagrados hasta castrarnos las alegría. Cada afuera evitado por evitarlo es un suicidio, aunque cause euforias menores al más trágicas algo más ahogadas: resentido, atiborrados, liberados. Pero no se saben de ellos, envidiosos o justificados, envidiosas y justificadados, a saber. Cercanos dolores, cercanas alegría apareciendo unidas, y de tanta confusión creeremos contrarias las alegrías y los desagrados, al menos de cuando en cuando los ojos pueden caer hasta arriba de los párpados para no rodearnos de palabras y ver confusiones, para no, para abstenerse, para sí. Así, desligamos los algos, les quitamos sus conexiones y en despliegues vamos cayendo para ver que regresamos.
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