lunes, 5 de agosto de 2013

AmN.

En esta ciudad, entre particularidades llamativas hay bonitas y desastrosas, al menos al compararlo de donde vengo: soy de una ciudad pequeña que poco mantiene informada de lo que sucede y que los habitantes no le exigen mucho más. Así fueron nuestros antepasados y no mucho mejores hemos sido nosotros. Así en esta ciudad existe una particularidad llamativa y bonita; hay mucho más de donde enterarse, mucho más por lo cual enterarse aunque en mucho más cuándo enterarse gana la pequeña ciudad. En esta ciudad (así bautizada) se ha criado un amor sorprendente hacia la visión de ciertas particularidades de la misma, que inspira hacer grandes frases regionalistas, también un cierto gusto por quedarse toda la vida allí ayudando al progreso, supongo. Las visiones de los habitantes pueden partirse a tres pedazos. Los del departamento, los del país y los del resto del mundo. Cada uno de los habitantes de la ciudad desea que los del departamento vean a su ciudad como la ciudad más importante del mismo; a los del país como la ciudad con mejor educación del mismo y a los del resto de mundo como una ciudad primer mundista en un país tercer mundista.

Para estos propósitos tienen planes bien marcados, aunque no se colocaron de acuerdo entre ellos, sino que tácitamente los fueron aprendiendo todo sin proponérselo. Sin profundizar (que tal vez no esté en capacidad de hacerlo) podría decir que para mantener la visión de estas tres divisiones los habitantes hacen:

para los del departamento: Invitarlos a ser engullidos por los mercados de la ciudad o por su vía de tren.

para los del resto del país: Usan frases arribistas, invierten en bellezas ostentosas e innecesarias, también invierten en bibliotecas y educación.

para los del resto del mundo: Ocultar las características que la hacen una ciudad más homogénea a su país.

¡Los de esta ciudad notoriamente tienen una enorme tendencia al desarrollo en términos generales!

Pero en descripciones sin importancia, como pasa a menudo, el tema con el que inicié quedó inconcluso; particularidades llamativas las hay bonitas y desastrosas. Las particularidades llamativas llaman la atención y están hechas a fin que sea ven, que se resalten para parcializar las visiones y acotar los detalles. Para entretener al turista, que viene un poco rápido y un poco sin tiempo, los turistas toman paseos rápidos, por tanto forman imágenes rápidas, opiniones cortas y generales (usualmente erradas).

Quien vive en esta ciudad para amarla sin más se la pasa en su cabeza viéndola como si fuese un turista. Lleno de bibliotecas, museos, gente excéntrica y amable, terriblemente amable. Insulta, sin mantener pendiente, a muchos de los ridículos que causan grandes daños en la ciudad, luego regresa a considerar la majestuosidad de ésta. Estos ciudadanos son turistas de su ciudad imaginaria, de su ciudad mental, ignorando la ciudad que con su asfalto sostiene sus pies.

El deseo de gobierno es tener turistas y ciudadanos turistas (los del párrafo anterior). Para tales fines construyen más edificaciones en la ciudad imaginaria gastan tiempo en llenar de detalles bellos las calles de ésta en la cabeza de los ciudadanos, esto es un acto de increíble grandeza. Los costos son bajos y los resultados mejores, aprendemos a disfrutar de comida que no tenemos, de educación que apenas existe, de calles seguras que no se pueden andar por ser su propio contra ejemplo. Los gobernantes que saben que el imaginario puede partirse al enfrentarse con los hechos pululan discursos que reivindican la pereza, el amar a la casa, el miedo a lo no visto, así no sea peligroso. Piensan en todo para el bienestar del ciudadanos, principalmente a no salir del imaginario para no enterarse qué tan bien está su bienestar.

Así se crean reglas carentes de necesidad, pero por las que se reclaman con fiereza y que hacerlas cumplir es digno de inversión de insistencia. Estas reglas son elegantes y ayudan a lucir superiores a otros lugares, son reglas de orden, como una búsqueda intensa por lo estético y la seguridad. Estas deterioran la capacidad crítica y las reducen a una insustentable prudencia o una insoportable cortesía. Así se crean estas reglas, porque los imaginarios que nos creemos requieren desterrar a las falsaciones, a los fallos. Como el imaginario es colectivo, los fallos se evitan en colectivo; se omiten con amabilidad, con orden, con falacias, con frases extremas. Se obvian con un complejo camino que se renueva ante los errores, para esquivar más fallos o admitir algo que pasó a ser bueno. Estas reglas, forman el camino, y es la peculiaridad más llamativa que puede tener esta ciudad, ver que pocos ciudadanos viven en su ciudad, que viven elevados en unas calles en donde se vanaglorian de una inexistente maravilla, cultivada con esmero, admirada con orgullo. En esa ciudad increíble montada en la cabeza no habito yo, ni habita nadie.

1 comentario:

  1. "Poco sabría decirte de Aglaura fuera de las cosas que los habitantes mismos de la ciudad repiten desde siempre: una serie de virtudes proverbiales, otros tantos proverbiales defectos, alguna rareza, algún puntilloso homenaje a las reglas. Antiguos observadores, que no hay razón para no suponer veraces, atribuyeron a Aglaura su durable surtido de cualidades, confrontándolas con aquellas de otras ciudades de sus tiempos. Ni la Aglaura que se dice ni la Aglaura que se ve ha cambiado quizá mucho desde entonces, pero lo que era excéntrico se ha vuelto usual, extrañeza lo que pasaba por norma, y las virtudes y los defectos han perdido excelencia o desdoro en un concierto de virtudes y defectos diversamente distribuidos. En este sentido no hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y, sin embargo, de ello surge una imagen sólida y compacta de ciudad, mientras alcanzan menor consistencia los juicios dispersos que se pueden enunciar viviendo en ella. El resultado es éste: la ciudad que dicen tiene mucho de lo que se necesita para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos. Por eso, si quisiera describirte Aglaura ateniéndome a cuanto he visto y probado personalmente, debería decirte que es una ciudad desteñida, sin carácter, puesta allí a la buena de Dios. Pero tampoco esto sería verdadero: a ciertas horas, en ciertos escorzos de camino, ves abrírsete la sospecha de algo inconfundible, raro, acaso magnifico; quisieras decir qué es, pero todo lo que se ha dicho de Aglaura hasta ahora aprisiona las palabras y te obliga a repetir antes que a decir. Por eso los habitantes creen vivir siempre en la Aglaura que crece sólo con el nombre de Aglaura y no se dan cuenta de la Aglaura que crece en tierra. Y aun yo, que quisiera tener separadas en la memoria las dos ciudades, no puedo sino hablarte de una, porque el recuerdo de la otra, por falta de palabras para fijarlo, se ha dispersado."
    Ciudades Invisibles, Italo Calvino.

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