Consideremos un pueblo, sencillo como pueblo tranquilo de gente inmutable y esa delicada sensación, esa a poco sonido a menos que se esté en previos de fiesta, en fiestas o posteriores. Es un pueblo pequeño, como lo son los pueblos, con sus diminutas veredas que no lo lucen. Podemos imaginarlo más particular, cerca de él hay dos ciudades que intentan ser su central comercial, una de ellas es caliente y de calles anchas, la otra ciudad es caliente de calles angostas, pero este pueblo es frío, mucho más frío que ambas ciudades en su más fría situación, cosa extraña.
Como pueblo pequeño tiene una plaza en donde alrededor se tienen las zonas para comprar cuando se es turista, ventas de comida chatarra, los usuales restaurante, la iglesia que no falta acompañada de un enfermo que mantiene rondando la plaza sin procurar mucho, y los caminos para las casa con su sensación a desolación.
Consideremos, además, esos personajes característicos de un pueblo o del pueblo que ahora imagino, que no sólo harán parte del pueblo, sino que podrán ser esos personajes que en caso de hacer una historia misteriosa -incluso de miedo- puedo hacerlos desaparecer, o dañarlos sin que altere demasiado la historia, personajes sin aparente importancia, pero que pueden con sus participación -no sólo tienen que sufrir - podrán producir escenas agradables o que inclinen la historia, pueden producir incluso la decisión de un lector a continuar o no con la lectura.
Estos personajes usuales en un pueblo, podrían ser entre otros muchos un carnicero, que particularmente éste usa una cortadora industrial, pero tiene todos sus miembros bien puesto a diferencia de uno o dos de sus ayudantes que tuvieron tropiezos desagradables. Una costurera con creencias de bruja, con delirios de bruja, que puede predecir cómo desea una joven con rostro tierno y cabello corto que una prenda amarilla y de botones sea cortada y cosida para parecerle bonita. Coloquemos un número primo de cojos con oficios varios, digamos que dos de esos cojos son jubilados y que trabajaron durante años en una de las dos ciudades aledañas, así que no necesitan lucir su cojera ante el pueblo para continuar lucrándose, aunque puede haber uno que por gusto muestre su cojera por el pueblo, la cree atractiva. Los hombres de los jeep que cargan personas para llevarlos a las veredas que de noche saben volverse sitios incómodos para regresar. Los tenderos, los pocos panaderos, los del pseudo terminal y el hombre que piensa en muchas desagracias que pueden ocurrir en el pueblo basado en desgracias anteriores. ¡Ah, y las religiosas que son tías siempre de alguien que no vive en el pueblo, siempre chismosas ellas!
Faltan personajes, que el lector sabrá imaginarse, menos al médico, que debe gustarle el alcohol y ser amigo del padre - que está incluido con la iglesia-, ambos calvos y religiosos.
El pueblo suele ser muy calmado, además suele poderse disfrutar de él a cualquier hora del días. Hay un ser, que lo disfrutaba de un modo particular, no muy particular, pero sí un poco. Éste vivía en una casa un poco lejos de la zona central del pueblo casi comenzando las veredas, vivía junto a familiares, era una casa grande, de esas que suelen tener una fuente en el patio que queda al lado del comedor que a su vez da al pasillo que comunica a los primeros cuatro cuartos, los otros cinco estaban en el segundo piso.
De los humanos que aquí viven, sólo uno es de interés, que fue el mencionado, preferiría dejarlo sin nombre, pero eso complicaría su identificación. Podríamos colocarle H. es una buena letra del alfabeto español, aunque yo le colocaría tau y digitaría la letra griega y no su nombre, podríamos colocarle James, las personas suelen encariñarse más fácilmente con quien tiene un nombre. Digamos que se llama James y de no gustarle a alguien bien podrá imaginarse que cada vez que lea James realmente lee el nombre que preferiría colocarle.
Entonces James es un hombre que vive con ocho familiares, que disfruta particularmente -pero no mucho- del pueblo que he descrito y que duerme en el segundo piso de la casa.
Hoy, está amaneciendo James comienza a saber que debe levantarse. Lista mentalmente lo que hará mientras le aproxima un tiempo a cada actividad. Hoy recuerda que debe caminar un rato, que podrá despejarse, que podrá relajarse. El Sol sin ser muy amenazante cae sobre su mano desnuda, él hace que se gire, que lo piense un momento y se levante. Con los ojos entre abiertos, decaídos, con pocos ánimos, hace ademán de golpear el aire, disminuyendo la irritación que le causa otro día. Hoy es martes y está temprano, aún no es la hora de salir, se sienta y lee unos pocos párrafos de un libro de aforismos.
Sus oídos escuchan el comienzo del movimiento a su alrededor, de la puerta cerrada de su cuarto hacia afuera. Mira por la ventana del cuarto como una leve neblina cubre la cuadra en que queda su casa. Una de esas tías religiosas es quien día a día cocina pero no limpia, porque son actividades contrarias, según dice. Hoy hace frío, como cada día en el pueblo, hoy la neblina hace rimas con los sonidos de una vieja radio que cuenta los muertos de los ladrones nocturnos de la ciudad más cercana -dése el gusto de escoger cual. James, deja pasar los muy pequeños segundos para comenzar a arreglarse.
El Sol sube un poco, el desayuno queda preparado y James listo, desayuna. Sale en busca de un bus que lo lleve a su ciudad de trabajo - la contraria a la escogida más cercana. Le agradan los buses, pero debe mirar a la gente que está en ellas, que suelen des gradarles. Al subirse al bus, uno de aquellos seres que le molestan lo toca y le dice "ahora, tienes una pata", James lo mira extraño y continua a coger un asiento.
Avanzando el bus, mira los terrenos solitarios mientras piensa en vicisitudes que lo alejen de la monotonía de su trabajo. Claro que no le molestan tantas personas, podría apreciar varias más, pero la adultez y la sensación de ser un graduado le resultan denigrante, lo hacen irritable y predispuesto al temblor del ánimo. Este viaje lo hace diario, a veces sabe qué debe hacer al ir a esa ciudad, como hoy, otros días sabe que tendrá que enterarse. Hoy el Sol ataca vehemente la ciudad en que trabaja, de calles angostas y pocos parque principales.
Como cada mañana, piensa en sus once años de servicio en esa empresa, se pregunta cómo su cabello no ha comenzado a caerse. Al menos sabía que hoy su trabajo sería menos trabajoso. Cada día se colocaba una corbata y un pantalón gris, una camisa blanca y una sonrisa que o bien podría conseguir con sus lecturas o bien podría conseguir forzarlo de sus felices reminiscencias. Hoy, sabía que podía mirar despectivamente, hoy iba vestido de comodidad, hoy podía irritarse con sus recuerdos, hoy podía detestar sus lecturas, hoy podía no reconstruirse para parecer agradable.
Había comenzado a tener una aparente preferencia por la soledad, aparente, porque hablar con alguien agradablemente es el deleite de muchos, uno de ellos, él. Pero las conversaciones que había mantenido los últimos años -unos 17- le resultaban tediosas. Evitaba la gente, aunque para conversar agradablemente se requería al menos uno más que no sea uno mismo. Ya había conocido quien se amañara con sus palabras y quien con sus palabras amañara su ser.
Esa soledad al menos le permitía encerrarse en lecturas que le dejaban escuchar la calma. La familia que poco compartía su gusto solía marcarle más la molestia al resto de la gente con un simpático televisor. Llega a la ciudad...
Aquella ciudad tan calurosa, aquel resplandor del terminal y la imagen en su cabeza de tener que ir a la oficina para recoger los implementos. Tener que saludar personas, esas personas con esas sonrisas, con esas ropas, con esos ademanes "¿para qué?" se preguntaba. La amargura en él era una falta de afinidad con el medio, una segregación inusual de discordia mental que las otras personas no reconocían pero sí evitaban. Hoy vamos hacia la oficina, junto a él, para luego caminar intensamente en reparaciones de casa en casa.
Era un ingeniero, que estaba enamorado de ingeniar, que procuró al estudiarla cumplir con el objetivo que parecía tener su nombre. En la oficina en que trabajaba, miraba a tantos ingenieros de esos clásicos, que se hicieron ingenieros para realizar nuevamente el ingenio de otros. James admitía que eso era él ahora mismo, una persona que sabe métodos que no había ingeniado, pero que sí eran ingeniosos. Hoy lo saludaban con un sonrisa, o con el ambiguo gesto que daba entre el desprecio y la amabilidad. Devolvía el saludo pero su molestia al hacerlo era más notoria que la de ellos. "Yo creo que de aquí puedes llevarte dos patas más" nuevamente miró extrañado. A este compañero de trabajo lo conocía "¿A qué te refieres?" preguntó, a lo que respondió el otro "¿ah? te he preguntado ¿cómo has amanecido?" confundido James devuelve el saludo.
En el lugar de trabajo sus primeros cuatro años de servicio los hizo con gracia, procuró acercárseles a las personas en caso de ser necesario, hablaba con otros de nimiedades que no le interesaban y que le aburrían. Habían fuentes en ese momento de entretenimiento que hacían que esos momentos no importaran. Las fuentes a veces mueren, a veces no mencionan razones, las fuentes a veces se aburren también porque esperan para desaburrirse a aquel que los usa para desaburrirse. Cada una de esas fuentes se le fueron desapareciendo, cada una por razones distintas o a veces repitieron razones. Ahora podría leer, como lo podía antes, pero las lecturas sólo lo servían para olvidar la irritación hacia el medio.
Les comento que en otros momentos leer sobre James no hubiese sido entretenido, saber que ahora bajamos lentamente por un ascensor junto a él y con una maleta llena de materiales. Bajamos junto a un hombre cansado de su existencia pudo ser inclusive más tedioso. Un hombre feliz suele contar sus historias por torpes que sean como maravillosas, un hombre triste suele contar sus historias como re afirmaciones de su tristeza - a menos claro que llegue aquello contrario a lo que le produjo la tristeza. Un hombre amargado como era James suele enojarse cuando cuentan sus historias y al menos eso resulta gracioso. Explico que hace varios años James era un hombre feliz, un poco más cerca James era un hombre triste y ahora amargado ha caído en el día que se le permite embarazarse de una confirmación de su finitud. Otros días de amargura no hubiesen sido tampoco interesantes.
Revisa su itinerario, hay personas que visitar con distintos problemas, algunos pasan por su mente como triviales, lo cual él interpretaba como trabajo para técnicos, pero sabía que no era inusual que esto pasara. Varias de las personas que hoy visitaría ya los conocía, ya había hecho un contrato con la empresa y ya había sido instalado el servicio, luego si el daño era grave, requerirían de un ingeniero, no de un técnico. Pueden tener curiosidad de aquellos máquinas que James repara bien, eso ustedes pueden escogerlo, no es muy relevante.
Los primeros sitios que escogió visitar, respondían a lo que él consideraba un trabajo interesante. Solía ser error de él aplazar lo aburrido cuanto podía, para luego llegarle junto. Los sitios donde estuvo al inicio le exigían mínimo reto, había que programar, sustituir, re ensamblar, cuestiones que hacían un puzzle en su cabeza y lo divertían. Hablaba cálidamente con las personas, a veces olvidaba que el experto era él, entonces en su explicación dejaba detalles omitidos o sin simplificar, pero procuraba que las personas pudiesen imaginar lo que decía siempre que recordara que el entendimiento mutuo en una conversación de dos es importante.
Terminando estos trabajos, pensado en que había ingeniado un poco, que había ingeniado combinando adecuadamente el ingenio de otros, comenzaba a rascarse la cabeza y fingir que podría despeinarse su corto cabello. El Sol ya había comenzado ese descenso en el que la luz quiere ocultarse. Quedaban pocos sitios para atender. Estos sitios son los de los cables rotos, el equipo desconectado, el error en el ensamble, eran las casas, las viviendas, en donde un técnico puede sentirse listo. Consideraba que aunque cerca al atardecer podía cumplir con el resto, fue así, en cada casa el error que causaba mal funcionamiento era simple, podía ser costoso, pero de fácil reparación, las casos más complicados técnicamente eran aquellos en las que el repuesto ya no se podía conseguir por hoy, una molestia para él y para el cliente.
Cerca de la noche, ese atardecer llamativo que miramos para distinguir las gamas de rojos, amarillos y azules, sólo quedaba una cliente, o más bien una pareja de clientes, una anciana y su esposo, pero el anciano permanecía dormido todo el día, excepto ese momento de caricias y mimos que le gustaban a la anciana.
James se encontraba un poco cansado, igualmente creo que nosotros, perseguirlo para poder contar de él, montarnos en sus transportes para poder enterarnos de él, ignorarlo para no sentirnos en una conversación que no entendemos -a menos que seamos afines a su ingeniería-, debía cansarnos un poco. Debía atender, aunque se le dificultara, a esta pareja de clientes. El anciano poco tenía que relacionarse en la situación, roncaba boca arriba y dejaba a la vista los dientes gastados. La anciana poseía la amabilidad de esas personas que son poco visitadas, que valoran cada visita hasta ofrecerles con desinterés un tinto.
James deseó acatar positivamente el ofrecimiento de su clienta, mientras hacían entender la razón de su visita. Cuerda la señora, explicó la situación; el técnico encargado del ensamble de la maquinaria dejó el servicio inconcluso. Qué desalentador. Una falla de este tipo no sólo le era desagradable a James, sino que sabía las implicaciones protocolarias que incluye la empresa en estos casos: había que reportar el evento, molestar con ello al técnico encargado y enviar otro a realizar el ensamble. Dejar a la clienta un día más sin poder usar esa inversión.
Levantóse molesto, explicó rápidamente por qué no debía (quería) ensamblarlo. Comenzó a empacar para retirarse, la anciana enfurecida y triste, le enfureció también. Lo resintió además con su tristeza. Saliendo de la puerta algo contrariado recibió un grito, "¡puedes de esta casa llevarte una pata más!" con lo que logró confundirse. Es demasiado arriesgado decir que James no sabía ensamblar maquinaría, pero tedio y cansancio impedían ser presto; todo aquel protocolo que haría mañana se pudo haber evitado dejándole a la anciana aquel aparato funcionando. Era molestia, era capricho.
La usual expresión de inhibición del evento se mostraba en él. Mientras vamos a acompañarlo, en esa buseta llena entre seis y siete de la noche, anulaba el último suceso, ahogaba preguntas, posibles respuestas que serían mejor aceptadas, casi ignoraba que ya sumaban cuatro patas, "patas ¿de qué?" se preguntaba.
La noche para viajar en buseta es fría, dulcemente nostálgica, molesta en recuerdos, llena de ténues lucecillas que titilan buscando aparearse. Es fría hasta empañar la ventana en donde recodamos nuestras angustias. Esta buseta avisa su llegada al pueblo con un sutil y contundente cambio de temperatura. Un poco dormido, un poco reminiscente, como apreciando lo que nos hizo, como apreciando cuando la constancia no latía perenne.
Estamos en el pueblo, pasa un perro cerca nuestro, James lo mira dejándose desconcertar de medio abstracto dentro de sí. Familiares de nuevo atentos por la comida, reunidos alrededor. Esa mirada despectiva, con tedio, con los mismo rostros, con los comentarios usuales, estar 'bien' siempre, el trabajo va bien, la novia del joven, los prejuicios frente a la sexualidad de la joven, la comida ya comida, las mismas manos que ayer sirvieron, el día de ayer se ha parecido al día de hoy, el fin de semana al fin de semana pasado... "¡no quiero comer hoy aquí!" dijo.
El siguiente discurso viene inventado por el (los) lector (lectores), es ese dado por la tía en momentos de indignación, aquellos en donde sabe (o suele saber) cómo quedar ella como mujer frágil y adolorida, como quien ha sido ofendido, como quien replica por consideración, así logrando la sensibilización de sus cercanos y a veces también la del implicado. Discusión que terminó con "de esta comida puedes llevarte lo que falta, el tórax, los pulmones, el estómago, la bilis, el hígado, el rabo y la cabeza".
"¿Ah?" acató a decir James. Sintió un fuerte dolor en el estómago, como una patada. Subió orgulloso a su cuarto, subimos con él. Puesto en posición fetal, predispuesto a ser golpeado de nuevo, cayó dormido. Su sueño fue corto, su estómago tambaleaba y mostraba leves salticos de la piel en la parte abdominal. Él no soñaba, no sentía pero su cuerpo se movía.
Quedóse sin conciencia, unos minutos, muchos minutos, su estómago se hinchaba, cambió a un color un poco rojizo posiblemente causado por lo que causa sus dolores estomacales. Su familia después de la discusión se des enteró de su existencia, cuestión bastante típica. Ahora, somos nosotros quienes con un poco de morbo miramos lo que le sucede.
Varias horas y sigue sin conciencia, estamos en una medianoche muy fría. ¡Grita adolorido, preocupado y extrañado! Las paredes vibran absorbiendo su grito para no ser oído afuera, saber de sí mismo ahora podía, habilidad que recuperó en un estruendo. Nos mira, ¿nos mira? mira su estómago deformado, vuelve a mirarnos asustado lo hace con lentitud, con las pupilas dilatadas. No sabría yo cómo actuar, al narrador no se le debe ver, y a los vouyeristas lectores supongo que tampoco.
Se arregló un poco, se colocó zapatos, se dirigió a la casa del médico del pueblo. Se quejó un poco antes de que llegar, le dolía el estómago, nos miraba preocupado, con preguntas que no expresaba en el momento. Luego de un poco de insistencia, el médico le abrió la puerta, James de inmediato le mostró el estómago. El otro preocupado le dijo que subiese a su carro de él.
Consideremos que este pueblito, tiene buen desarrollo en cuestiones de salud, así que no debe parecer inadecuada un poco de tecnología para ayudar a la medicina a desarrollarse en este pueblo: después de unos pocos exámenes indirectos, el médico decidió realizar una ecografía. El resultado consiguió de él muchas bendiciones y la expresión "¡Dios mío!" veíamos un cuadrúpedo en el estómago de James, el médico un tanto asustado corrió del consultorio y del edificio entero.
"¿Un cuadrúpedo?" preguntó James. ¿Un cuadrúpedo? Supongo que hay personas que se preguntarán cómo un cuadrúpedo pudo allí alojarse... Comenzó afuera en el pueblo frío, en el pueblo que disfrutaba de manera particular, a caminar trastabillante, a mirar la persona enferma que dormía en frente de la iglesia, a reír con el cielo tan oscuro y golpeado con muchos puntos brillantes. La media noche iba tornándose lejana. Decidió acompañar un rato a la iglesia, acompañar el parque, a mirarlo nocturno y luego al crepúsculo.
Callado y sabiendo de nosotros, miró que el Sol salía, que era el hoy (mañana) joven de nuevo. Callado decidió volver a la casa, mientras su estómago comprendía su impotencia. Tocó un par de veces, la tía abrió anonadada. La familia reunida, somnolienta, con la conversación de siempre... caminó hasta cerca de la sala, callado aún, sonríe. La familia lo miraba, tácita, impaciente.
Sus entrañas se desgarraron dejando salir sereno un pequeño ciervo, James caía muerto, el ciervo saltaba fuera de la casa, indiferente de la situación, untado de sangre. Detrás del animal, nosotros caminamos. James más no ha de contarnos.
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