A veces creo que la gente razona así como los niños muy pequeños -5 años o menos- usan los colores. Pero no me refiero a los niños que encuentran casualmente un color y lo usan por todas las superficies en donde el color pueda repartirse. Quiero decir aquellos a los que su regalos de cumpleaños, navidad , pascua, días de las madres o capricho de los padres es una caja de colores, digamos 48. Esas cajas preciosas con gamas de azules, verdes, amarillos tantos como para recordarnos que vemos muy pocos en el arcoiris y en nuestros cotidianos días, limitándonos mucho más de lo que nuestros ojos lo hacen.
Tales niños no ven la belleza de tanta variedad. Tomarán los colores que vean más bonitos y les hará muy felices saber que hay demasiado para rayar. Donde quieran rayar de gris, rayarán gris, pero sólo este color. Donde quieran rayar verde, rayarán verde, rayarán verde, pero sólo este color. También, puede que el niño salga con un gusto particular por la estética visual y se dé cuenta fácilmente que o bien el verde y el amarillo forman un par bello para pintar lugares soleados; o bien el rojo y el gris son tan malvados como un volcán en erupción con su ceniza; o bien de desear un asesinato en la ciudad sabrá que el azul, el gris y el negro le ambientará tan bien al muerto como nostálgico, tétrico o casual lo quiera. Puede naturalmente, encontrarse con muchas imágenes que no me puedo imaginar, así que sería tonto intentar dar una ejemplo de estos.
Pero la mayoría de los niños no son así, ni a ellos les gusta usar los colores para pintar la variedad de lo que imaginan ni a gran parte de las personas les gusta expresar sus opiniones sobre algo mostrando toda la variedad de características que en palabras está a su alcance. Lo que aman lo aman totalmente, lo que aprecian lo aprecian totalmente, lo que odian lo seguirán odiando aunque la razón del odio se hubiese ido volátil. Si cada obra del exterior es tan complejo que no lograré entenderla, limitarme a no captar muchas características produce una carencia en entenderlas tanto mayor como decida resguardar mi criterio.
Aunque hasta aquí el símil tiene sentido, o a veces pudiera expandirse más, pero no lo aseguro. Los niños usan pocos colores, muchas veces, sólo porque estos pocos les parece suficiente para divertirse, creo a veces, aunque no con alegría, que un adulto no usa más palabras, más adjetivos de índole distinta, por terquedad, orgullo o capricho. Costumbre incluso. De ser así, el simil agoniza mientras el niño que raya la pared va creciendo para comprender sin enterarse, que razonar con sólo dos colores -uno claro y uno escuro- no es tan divertido como rayar las paredes con dos colores, pero mucho más útil. Así, no tiene que retar lo que pensé de niño, ni tampoco ver perdido lo que cree de adulto.
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