En esta ciudad, entre particularidades llamativas hay bonitas y desastrosas, al menos al compararlo de donde vengo: soy de una ciudad pequeña que poco mantiene informada de lo que sucede y que los habitantes no le exigen mucho más. Así fueron nuestros antepasados y no mucho mejores hemos sido nosotros. Así en esta ciudad existe una particularidad llamativa y bonita; hay mucho más de donde enterarse, mucho más por lo cual enterarse aunque en mucho más cuándo enterarse gana la pequeña ciudad. En esta ciudad (así bautizada) se ha criado un amor sorprendente hacia la visión de ciertas particularidades de la misma, que inspira hacer grandes frases regionalistas, también un cierto gusto por quedarse toda la vida allí ayudando al progreso, supongo. Las visiones de los habitantes pueden partirse a tres pedazos. Los del departamento, los del país y los del resto del mundo. Cada uno de los habitantes de la ciudad desea que los del departamento vean a su ciudad como la ciudad más importante del mismo; a los del país como la ciudad con mejor educación del mismo y a los del resto de mundo como una ciudad primer mundista en un país tercer mundista.
Para estos propósitos tienen planes bien marcados, aunque no se colocaron de acuerdo entre ellos, sino que tácitamente los fueron aprendiendo todo sin proponérselo. Sin profundizar (que tal vez no esté en capacidad de hacerlo) podría decir que para mantener la visión de estas tres divisiones los habitantes hacen:
para los del departamento: Invitarlos a ser engullidos por los mercados de la ciudad o por su vía de tren.
para los del resto del país: Usan frases arribistas, invierten en bellezas ostentosas e innecesarias, también invierten en bibliotecas y educación.
para los del resto del mundo: Ocultar las características que la hacen una ciudad más homogénea a su país.
¡Los de esta ciudad notoriamente tienen una enorme tendencia al desarrollo en términos generales!
Pero en descripciones sin importancia, como pasa a menudo, el tema con el que inicié quedó inconcluso; particularidades llamativas las hay bonitas y desastrosas. Las particularidades llamativas llaman la atención y están hechas a fin que sea ven, que se resalten para parcializar las visiones y acotar los detalles. Para entretener al turista, que viene un poco rápido y un poco sin tiempo, los turistas toman paseos rápidos, por tanto forman imágenes rápidas, opiniones cortas y generales (usualmente erradas).
Quien vive en esta ciudad para amarla sin más se la pasa en su cabeza viéndola como si fuese un turista. Lleno de bibliotecas, museos, gente excéntrica y amable, terriblemente amable. Insulta, sin mantener pendiente, a muchos de los ridículos que causan grandes daños en la ciudad, luego regresa a considerar la majestuosidad de ésta. Estos ciudadanos son turistas de su ciudad imaginaria, de su ciudad mental, ignorando la ciudad que con su asfalto sostiene sus pies.
El deseo de gobierno es tener turistas y ciudadanos turistas (los del párrafo anterior). Para tales fines construyen más edificaciones en la ciudad imaginaria gastan tiempo en llenar de detalles bellos las calles de ésta en la cabeza de los ciudadanos, esto es un acto de increíble grandeza. Los costos son bajos y los resultados mejores, aprendemos a disfrutar de comida que no tenemos, de educación que apenas existe, de calles seguras que no se pueden andar por ser su propio contra ejemplo. Los gobernantes que saben que el imaginario puede partirse al enfrentarse con los hechos pululan discursos que reivindican la pereza, el amar a la casa, el miedo a lo no visto, así no sea peligroso. Piensan en todo para el bienestar del ciudadanos, principalmente a no salir del imaginario para no enterarse qué tan bien está su bienestar.
Así se crean reglas carentes de necesidad, pero por las que se reclaman con fiereza y que hacerlas cumplir es digno de inversión de insistencia. Estas reglas son elegantes y ayudan a lucir superiores a otros lugares, son reglas de orden, como una búsqueda intensa por lo estético y la seguridad. Estas deterioran la capacidad crítica y las reducen a una insustentable prudencia o una insoportable cortesía. Así se crean estas reglas, porque los imaginarios que nos creemos requieren desterrar a las falsaciones, a los fallos. Como el imaginario es colectivo, los fallos se evitan en colectivo; se omiten con amabilidad, con orden, con falacias, con frases extremas. Se obvian con un complejo camino que se renueva ante los errores, para esquivar más fallos o admitir algo que pasó a ser bueno. Estas reglas, forman el camino, y es la peculiaridad más llamativa que puede tener esta ciudad, ver que pocos ciudadanos viven en su ciudad, que viven elevados en unas calles en donde se vanaglorian de una inexistente maravilla, cultivada con esmero, admirada con orgullo. En esa ciudad increíble montada en la cabeza no habito yo, ni habita nadie.
lunes, 5 de agosto de 2013
Un cigarro es como un mal polvo - reflexionaba un mujer- la sensación es placentera, pero pequeña, además para pedirle más placer saber que debes fumar despacio, moverte despacio, exigirle poco. Cuando se acaba - lo decía mientras cruzabas las piernas- quedas insatisfecha o a veces insatisfecha y hostigada, esto último es peor: quieres más places pero no más cigarros, aunque puedes quedar con ganas de placer y hostigada de todo. Quieres gritar desesperada, buscar donde esconderte de tu propio disfrute, pero no quieres buscar nada. Todo es desagradable e insatisfactorio; moverse, respirar mirar, estar triste o contenta. Así mismo es un mal polvo después de eyacular repentino y previo a lo deseado, te deja buscando más - presiona un poco las piernas-, pero su verga se debilita al tanto que deja alguno de tus agujeros vacíos y esperando. Cuando deprime, cuando te deprime, no quieres más polvos, ni buenos ni malos, añoras si mucho tirar todo a la mierda. Tirar la cajetilla de cigarrillos por la ventana -suspira un poco. Un poco de placer que no se encuentra fácil es la ventaja de ellos dos. Los cigarros son baratos y los malos polvos siempre están calientes. Los malos polvos los hay por todas partes y los cigarros vienen en cajetillas de a veinte. Uno tras otro hasta sentirme saciada u hostigada. Llena en ambos casos.
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Hay que andar, es de suponer. Hay que exponer aunque no hablar. Sinceridad, que de dónde llegas, que de donde te ocultas. Silencio para nosotros mismos, nos aprendemos a callar sin quererlo a languidecer los desagrados hasta castrarnos las alegría. Cada afuera evitado por evitarlo es un suicidio, aunque cause euforias menores al más trágicas algo más ahogadas: resentido, atiborrados, liberados. Pero no se saben de ellos, envidiosos o justificados, envidiosas y justificadados, a saber. Cercanos dolores, cercanas alegría apareciendo unidas, y de tanta confusión creeremos contrarias las alegrías y los desagrados, al menos de cuando en cuando los ojos pueden caer hasta arriba de los párpados para no rodearnos de palabras y ver confusiones, para no, para abstenerse, para sí. Así, desligamos los algos, les quitamos sus conexiones y en despliegues vamos cayendo para ver que regresamos.
domingo, 9 de junio de 2013
Par textos.
¡Ay, sobreentendidos que somos todos! Todos los que estamos en un encierro conocedor. Aparentemente sabios, aparentemente conscientes. Sabemos que estamos cómodos, que movernos no es tan prudente. Es nuestro sitio seguro, la especialidad que conocemos, los conocimientos en donde podemos pasear sin perdernos y sin dudar. Es la casa conocida, la persona conocida, hasta las oficinas conocidas, los saberes similares. Sitios seguros que hacen desgraciadas las diversidades, porque son extrañas y jamás quisimos pasar por allí, es miedo incluso a conocer, lo raro se omite. Lo que no se comprende se rechaza. Damos un puesto superior a nuestra zona, nos defendemos como si las críticas fuesen siempre evitables e inapropiadas. Ignoramos el afuera, lo que no se nos acerca, no hay gente, no hay dolidos, no hay quienes sufren. Nosotros y nuestros infantiles penas: la pareja, las notas, las lecturas, si la realidad existe, si las matemáticas las creamos o las descubrimos. Tanta suerte hay que tener para sobrepasar esa idea de media, ha sido tanta suerte y pocos han sidos nuestros logros que de ella no dependieron. Los humanos son una mierda, decimos los sobreentendidos que vivimos cómodos, que tenemos cómo, que no competimos por comer o por vivir, que competimos sólo por quien conoce más y sin importar quien volveremos a casa a alimentarnos y dormir. Los sobreentendidos que miramos sin que nos pase, que 'entendemos' sin estar...
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Cierra los ojos. Ahora pasaré el resto de estas letras hablándole acerca de lo que me refiero: no deseo que usted ponga sus párpados anteponiéndose a sus ojos, que es a lo que llamamos cerrar los ojos, no deseo que la luz vea frustrado su paso por el iris y su llegada a la retina al chocarse con piel delgada. Me refiero a ignorar el exterior y sus facilidades, me refiero a concentrarse en lo que se desea poder hacer sin pensar en los sencillos y a veces carentes de placer perenne satisfacciones a los que nos acostumbramos. Olvidarse de los licores, los cigarros, el televisor, los amigos, la pereza y hacer por un rato lo que de seguirlo haciendo nos permitirá hacer lo que deseamos hacer. La gente suele concluir lo que quiere de lo que escucha, así que intentaré expandir un poco: no condeno las actividades ociosas, ellas nos descargan del peso obtenido al concentrarnos, pero si nuestro tiempo es dedicado sólo al ocio y obligaciones que no nos dirigen hacia donde deseamos, no llegaremos a donde deseamos, o lo haremos con suerte o si ya estamos allí. Cierra los ojos, también date cuenta que no es sencillo, podrás preguntarte sobre lo fructífero de tus dedicaciones, pensarás en las diversiones de afuera por las que no hay que esforzarse. Las diversiones siempre estarán allí, no te esperan así las esperes vos. Cierra los ojos, que no es sencillo, no es fácil enfrentarse al tedio que ignoramos a diario, al que huimos des concentrándonos en simplezas, pero este puede disiparse o hacer compañía, uno decide. No pienses en vos, no pienses en el afuera. Piensa en hacer, en disfrutar haciendo, la competencia no existe, a lo sumo con uno mismo, con sus limitantes que hay que admitir y con sus potencialidades que hay que disfrutar. Cierra los ojos, frústrate, enfádate, alégrate, lógrate, tira, rasga, insulta, varíate, cambia, deja de ser por lo que deseas hacer. Haz si puedes y si no puedes busca cómo hacer. Espero que no te hayas encerrado a ti mismo o que tu medio lo haya hecho por vos. Si eres vos mismo desagradable huye de ti mismo, si el medio lo es busca huir del medio. Creo que a veces es imposible y es frustrante, pero no son siempre estas veces y a veces las creemos así, le vemos imperfecciones a nuestras posibilidades haciendo del hacer un imposible, muchas imperfecciones son pequeñas y otras superables a menos que le sumemos nuestro pesimismo. Cierra los ojos, concéntrate en hacer y no en vos. De pequeñas huidas del aburrimiento recordaremos que allí está aún. Cierra los ojos, mata el aburrimiento.
lunes, 3 de junio de 2013
Viaducto.
Caminaba por las calles algo alterado, miraba a su alrededor lentamente y detallando, veía compras, personas, suciedad, risas, regateos. Escuchaba a veces una confusa agrupación que ofrecía varios productos con megáfonos, si cada uno de ellos se oyera por separado, podría reconocerse su venta, pero como hablaban al unísono y decían cosas distintas, sólo se distinguía el ruido. Sobre él unas vías de tren que podría llamársele viaducto, éstas parten la ciudad en dos: lo que está más allá del viaducto y lo que está más allá del viaducto, en las dos direcciones contrarias y perpendiculares a las vías. Tantas personas pasando cerca a él, fluyendo hacia alguna finalidad que no le compete. Algunas tienen su finalidad allí mismo: en los suelos, en los negocios cercanos, cuidando las calles, planeando robos, realizando robos, paseando por uno de los dos parques cercanos. Pero son la mayoría los que fluyen y no se quedan allí. Él suele andar inquieto con algo pateando su cerebro y repitiéndole que tiene que pensarlo, camina sabiendo hacia donde; está en él el reflejo de esquivar personas, muros, torres, columnas y a veces cables, estos últimos le hacen recordar la ciudad luego de golpearse con ellos. Ahora pasaba por debajo del viaducto, a su izquierda hay un parque, a la derecha otro parque, por eso había tanto ruido, esos dos parques forman parte del centro de la ciudad y de su parte más comercial para la clase media. Si lográsemos separar cada una de las frase que dice las agrupaciones nos enteraríamos que dicen "bananos, bananos, bananos, diez bananos en mil", "lleve su aguacate, maduro el aguacate, pa'l sancocho, el guacamole, los fríjoles" y frases parecidas. Vendes también frutas, verduras, zapatos ropas..., a muchos precios, casi siempre bajos..., sospechosamente bajos.
Él se viste con descuido, lleva cabello corto, una barba inexistente, unas cejas algo arqueadas. Él usa ropa descuidadamente, ha combinado un pantalón formal de tela suave con zapatos que le combinan y una camiseta (¡una camiseta!) azul oscuro, en la mano izquierda tiene un anillo (en algún dedo), no tiene significado distinto al estético según parece. Sus manos y sus brazos son algo velludas lo que haría sospechar que su pecho también. El día de hoy, en la mañana se ha tomado un tinto, dos tintos, tres tintos. Ha sido un trasnocho complicado, media hora de sueño y el otro tinto, con un desayuno consumido mientras se vestía-se lavaba los dientes-salía. Iba tarde según parece. Cuando podía cumplía sus obligaciones diarias a pie, hoy iba tarde pero su moto le irritaba un poco. Debía ser por el tinto, pensaba él, que le hacía sentir confundido, tenía sueño pero no tenía sueño. Quería acompañar un mendigo a descansar al lado de él y que mientras el mendigo se consumía su bazuco, él se fumaba un cigarrillo y tal vez se contaran una que otra historia de su pasado o de su difícil noche; pudiera ser que de nada hablasen, pero que se acompañaran un rato despreocupados era lo que quería. No le gustaba el tinto, sólo lo consumía las noches de trasnocho, las noches con trabajos largos y tediosos, tampoco le gustaba mucho el cigarro aunque sabía que en ocasiones podía regresarlo de gran ira a calma o al menos a control.
Hoy estaba particularmente nervioso, le temblaban un poco las manos y movía rápido los ojos. Muchas personas, mucho ruido. Había tomado una decisión en contra de su tranquilidad: aunque le discutiese a la moto lo desagradable que era ella no tendría que soportar el ruido de la gente que no se coloca de acuerdo, y no es que detestara las personas, ellas estaban allí y pasaban usualmente sin importar, pero sus pensamientos hoy se declararon dominadores de su conciencia y cada mínimo distractor - una falda, un posible ladrón, un pequeño peligro- amenazaba la estadía de las ideas. Ellas sin miedo reclamaban. Debe ser el tinto, pensaba él, siempre me ha puesto así, pensaba él. Intentaba con ahínco convencerse que no eran las ideas quienes lo agobiaban, que había tenido mucho estrés y que era éste quien le provocaba inquietud. La intranquilidad que suele tener, es sólo sobre dudas acerca de su trabajo; se cuestionaba constantemente si podía mejorar su trabajo, mejorar la maqueta, hacer un diseño que le agradase más. Éstas ocurrencias lo inquietaban pero no lo torturaban. Las ideas hoy no trataban de edificaciones a escala o de proyectos soñados sobre construcciones, las ideas hoy no eran notorias, las ideas hoy no se reconocían, las ideas hoy querían su sistema nervioso. Pensó que sería sensato sentarse en el parque a su derecha, aunque fuese tarde sólo recibiría un regaño, tal vez algo agresivo pero no perdería el trabajo.
Lo dos parque cercanos a dónde él andaba son realmente cercanos. Las vías del tren sobre la cabeza de él no sólo parten la ciudad en dos, también separan estos dos parques: un parque está hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Consciente de la confusión que pueden causar las palabras derechas e izquierda sin saber en qué sentido, sucederá lo siguiente: a la derecha de usted estará un parque grande con estatuas obesas, unos pocos árboles y un museo; a la izquierda de usted estará un parque más pequeño en el que se puede acceder a una estación de tren. Lo contrario le pasa a él, el parque que está a la derecha de usted está a la izquierda de él y el parque que está a su izquierda de usted está a su derecha de él. Esto puede parecer confuso, pero sólo es que usted y él caminan en direcciones opuestas. Tal vez, pasen muy cerca y si lo hacen habrá pasado que si él tiene esa sensación a que ningún otro ser humano cerca a él sabe cómo se siente será falsa, usted lo sabrá aunque no lo sienta, pero las descripciones físicas dadas aquí son tan vagas que usted no lo reconocería. Pasarían el uno al lado del otro sin darse cuente él que usted sabe de él y usted que de quién sabe es de él. En fin...
En el parque de la derecha suele haber gente joven, parejas en las que a veces el hombre está sentado y la mujer de pie, un frente al otro, el hombre con las manos en la cadera de la mujer, unas cuantas sonrisa, unas miradas coquetas. A veces hay niños demasiado inquietos, bullosos, con sus padres muy alegres hasta que el cansancio supera el cariño hacia los hijos. Es un parque que ha sido conquistado por las familias. También a veces por turistas, porque el parque es bello según dicen los habitantes de la ciudad. El parque de la izquierda tiene algunas peculiaridades que tienen los parques de pueblo, como los ancianos que juegan ajedrez o se sientan a ver pasar la gente e ignorar su soledad. Tiene a algún vendedor que puede hablar durante mucho tiempo acerca de las maravillas de su producto, sin importar el producto. Pero lo atractivo de este parque son sus ladrones, roban con sutileza; abren bolsos, sacan lo que desean, cierran bolsos y repiten. Si quien es robado pudiese mirar lo inconsciente que es de su robo, le podría parecer que lo robado es el costo del espectáculo que los ladrones hacen.
Él se dirigió a este último parque, el de la derecha, quería buscar una banca, calmarse un poco para luego reanudar la marcha. Las ideas a veces son ingeniosos. Éstas que lo inquietaban eran además maliciosas, una malicia ingenieril que las dotaba de habilidades para persuadir las neuronas: comenzaron a agitarlas. Las neuronas están muy bien agarradas, cada una cogida de la cola y cogiendo de la cola con su cabeza a otra neurona formando cadenas. Él temblaba con más fuerza, miraba alrededor, se fijaba en las personas pero pasaba rápido de ellos, no los detallaba, no le ponían nervioso. Su malestar venía de a dentro y lo que manifestaba afuera era una actitud de adentro. Ni ladrones, ni personas, ni vendedores, eran las ideas sin palabras, ideas sin motivos que supiera vocalizar le agitaban las neuronas. No hay que creer que las neuronas se sintiesen incómodas, esa agitación que le producían a las neuronas eran para ellas un danzar; ondulaban las sinapsis entre ellas haciendo mover con suavidad también los músculos. Él se movía agitado, unas pocas personas le miraban extrañado porque descuidado de la realidad comenzaba a despreocuparse de aquello que debía mantener por convenio social. Las ideas ahora podían explanarse a gusto: la entrega, los días, la gente, el ruido, imágenes borrosas con personas y lugares. Él se cogía el cabello con las manos. Voces, voces. Desesperaciones que pareciera que las palabras sólo pudiesen confundir. Una sensación en la nuca. Miró hacia arriba y gritó. Se colocó en cuclillas mientras respiraba agitado.
Personas curiosas y con paso lento se acercaban a su alrededor . Permanecía en la misma posición, las ideas seguían mostrándose e intentaban mover las neuronas pero él tratando de sentirse capaz de sí mismo procuraba mantenerlas quietas. Un policía corrió hacia él alertado por el grito y la concurrencia. Se le acercó pidiéndole que se controlara y cogiéndole bruscamente con sus brazos. Mis malestares me controlan para que me mueva y el policía para que me quede quieto, pensó serenándose.
Suspiró hondo, miró de reojo a su alrededor y colocándose de pie con una quebradiza sonrisa continuó caminando.
Él se viste con descuido, lleva cabello corto, una barba inexistente, unas cejas algo arqueadas. Él usa ropa descuidadamente, ha combinado un pantalón formal de tela suave con zapatos que le combinan y una camiseta (¡una camiseta!) azul oscuro, en la mano izquierda tiene un anillo (en algún dedo), no tiene significado distinto al estético según parece. Sus manos y sus brazos son algo velludas lo que haría sospechar que su pecho también. El día de hoy, en la mañana se ha tomado un tinto, dos tintos, tres tintos. Ha sido un trasnocho complicado, media hora de sueño y el otro tinto, con un desayuno consumido mientras se vestía-se lavaba los dientes-salía. Iba tarde según parece. Cuando podía cumplía sus obligaciones diarias a pie, hoy iba tarde pero su moto le irritaba un poco. Debía ser por el tinto, pensaba él, que le hacía sentir confundido, tenía sueño pero no tenía sueño. Quería acompañar un mendigo a descansar al lado de él y que mientras el mendigo se consumía su bazuco, él se fumaba un cigarrillo y tal vez se contaran una que otra historia de su pasado o de su difícil noche; pudiera ser que de nada hablasen, pero que se acompañaran un rato despreocupados era lo que quería. No le gustaba el tinto, sólo lo consumía las noches de trasnocho, las noches con trabajos largos y tediosos, tampoco le gustaba mucho el cigarro aunque sabía que en ocasiones podía regresarlo de gran ira a calma o al menos a control.
Hoy estaba particularmente nervioso, le temblaban un poco las manos y movía rápido los ojos. Muchas personas, mucho ruido. Había tomado una decisión en contra de su tranquilidad: aunque le discutiese a la moto lo desagradable que era ella no tendría que soportar el ruido de la gente que no se coloca de acuerdo, y no es que detestara las personas, ellas estaban allí y pasaban usualmente sin importar, pero sus pensamientos hoy se declararon dominadores de su conciencia y cada mínimo distractor - una falda, un posible ladrón, un pequeño peligro- amenazaba la estadía de las ideas. Ellas sin miedo reclamaban. Debe ser el tinto, pensaba él, siempre me ha puesto así, pensaba él. Intentaba con ahínco convencerse que no eran las ideas quienes lo agobiaban, que había tenido mucho estrés y que era éste quien le provocaba inquietud. La intranquilidad que suele tener, es sólo sobre dudas acerca de su trabajo; se cuestionaba constantemente si podía mejorar su trabajo, mejorar la maqueta, hacer un diseño que le agradase más. Éstas ocurrencias lo inquietaban pero no lo torturaban. Las ideas hoy no trataban de edificaciones a escala o de proyectos soñados sobre construcciones, las ideas hoy no eran notorias, las ideas hoy no se reconocían, las ideas hoy querían su sistema nervioso. Pensó que sería sensato sentarse en el parque a su derecha, aunque fuese tarde sólo recibiría un regaño, tal vez algo agresivo pero no perdería el trabajo.
Lo dos parque cercanos a dónde él andaba son realmente cercanos. Las vías del tren sobre la cabeza de él no sólo parten la ciudad en dos, también separan estos dos parques: un parque está hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Consciente de la confusión que pueden causar las palabras derechas e izquierda sin saber en qué sentido, sucederá lo siguiente: a la derecha de usted estará un parque grande con estatuas obesas, unos pocos árboles y un museo; a la izquierda de usted estará un parque más pequeño en el que se puede acceder a una estación de tren. Lo contrario le pasa a él, el parque que está a la derecha de usted está a la izquierda de él y el parque que está a su izquierda de usted está a su derecha de él. Esto puede parecer confuso, pero sólo es que usted y él caminan en direcciones opuestas. Tal vez, pasen muy cerca y si lo hacen habrá pasado que si él tiene esa sensación a que ningún otro ser humano cerca a él sabe cómo se siente será falsa, usted lo sabrá aunque no lo sienta, pero las descripciones físicas dadas aquí son tan vagas que usted no lo reconocería. Pasarían el uno al lado del otro sin darse cuente él que usted sabe de él y usted que de quién sabe es de él. En fin...
En el parque de la derecha suele haber gente joven, parejas en las que a veces el hombre está sentado y la mujer de pie, un frente al otro, el hombre con las manos en la cadera de la mujer, unas cuantas sonrisa, unas miradas coquetas. A veces hay niños demasiado inquietos, bullosos, con sus padres muy alegres hasta que el cansancio supera el cariño hacia los hijos. Es un parque que ha sido conquistado por las familias. También a veces por turistas, porque el parque es bello según dicen los habitantes de la ciudad. El parque de la izquierda tiene algunas peculiaridades que tienen los parques de pueblo, como los ancianos que juegan ajedrez o se sientan a ver pasar la gente e ignorar su soledad. Tiene a algún vendedor que puede hablar durante mucho tiempo acerca de las maravillas de su producto, sin importar el producto. Pero lo atractivo de este parque son sus ladrones, roban con sutileza; abren bolsos, sacan lo que desean, cierran bolsos y repiten. Si quien es robado pudiese mirar lo inconsciente que es de su robo, le podría parecer que lo robado es el costo del espectáculo que los ladrones hacen.
Él se dirigió a este último parque, el de la derecha, quería buscar una banca, calmarse un poco para luego reanudar la marcha. Las ideas a veces son ingeniosos. Éstas que lo inquietaban eran además maliciosas, una malicia ingenieril que las dotaba de habilidades para persuadir las neuronas: comenzaron a agitarlas. Las neuronas están muy bien agarradas, cada una cogida de la cola y cogiendo de la cola con su cabeza a otra neurona formando cadenas. Él temblaba con más fuerza, miraba alrededor, se fijaba en las personas pero pasaba rápido de ellos, no los detallaba, no le ponían nervioso. Su malestar venía de a dentro y lo que manifestaba afuera era una actitud de adentro. Ni ladrones, ni personas, ni vendedores, eran las ideas sin palabras, ideas sin motivos que supiera vocalizar le agitaban las neuronas. No hay que creer que las neuronas se sintiesen incómodas, esa agitación que le producían a las neuronas eran para ellas un danzar; ondulaban las sinapsis entre ellas haciendo mover con suavidad también los músculos. Él se movía agitado, unas pocas personas le miraban extrañado porque descuidado de la realidad comenzaba a despreocuparse de aquello que debía mantener por convenio social. Las ideas ahora podían explanarse a gusto: la entrega, los días, la gente, el ruido, imágenes borrosas con personas y lugares. Él se cogía el cabello con las manos. Voces, voces. Desesperaciones que pareciera que las palabras sólo pudiesen confundir. Una sensación en la nuca. Miró hacia arriba y gritó. Se colocó en cuclillas mientras respiraba agitado.
Personas curiosas y con paso lento se acercaban a su alrededor . Permanecía en la misma posición, las ideas seguían mostrándose e intentaban mover las neuronas pero él tratando de sentirse capaz de sí mismo procuraba mantenerlas quietas. Un policía corrió hacia él alertado por el grito y la concurrencia. Se le acercó pidiéndole que se controlara y cogiéndole bruscamente con sus brazos. Mis malestares me controlan para que me mueva y el policía para que me quede quieto, pensó serenándose.
Suspiró hondo, miró de reojo a su alrededor y colocándose de pie con una quebradiza sonrisa continuó caminando.
domingo, 26 de mayo de 2013
De a cuatro
Consideremos un pueblo, sencillo como pueblo tranquilo de gente inmutable y esa delicada sensación, esa a poco sonido a menos que se esté en previos de fiesta, en fiestas o posteriores. Es un pueblo pequeño, como lo son los pueblos, con sus diminutas veredas que no lo lucen. Podemos imaginarlo más particular, cerca de él hay dos ciudades que intentan ser su central comercial, una de ellas es caliente y de calles anchas, la otra ciudad es caliente de calles angostas, pero este pueblo es frío, mucho más frío que ambas ciudades en su más fría situación, cosa extraña.
Como pueblo pequeño tiene una plaza en donde alrededor se tienen las zonas para comprar cuando se es turista, ventas de comida chatarra, los usuales restaurante, la iglesia que no falta acompañada de un enfermo que mantiene rondando la plaza sin procurar mucho, y los caminos para las casa con su sensación a desolación.
Consideremos, además, esos personajes característicos de un pueblo o del pueblo que ahora imagino, que no sólo harán parte del pueblo, sino que podrán ser esos personajes que en caso de hacer una historia misteriosa -incluso de miedo- puedo hacerlos desaparecer, o dañarlos sin que altere demasiado la historia, personajes sin aparente importancia, pero que pueden con sus participación -no sólo tienen que sufrir - podrán producir escenas agradables o que inclinen la historia, pueden producir incluso la decisión de un lector a continuar o no con la lectura.
Estos personajes usuales en un pueblo, podrían ser entre otros muchos un carnicero, que particularmente éste usa una cortadora industrial, pero tiene todos sus miembros bien puesto a diferencia de uno o dos de sus ayudantes que tuvieron tropiezos desagradables. Una costurera con creencias de bruja, con delirios de bruja, que puede predecir cómo desea una joven con rostro tierno y cabello corto que una prenda amarilla y de botones sea cortada y cosida para parecerle bonita. Coloquemos un número primo de cojos con oficios varios, digamos que dos de esos cojos son jubilados y que trabajaron durante años en una de las dos ciudades aledañas, así que no necesitan lucir su cojera ante el pueblo para continuar lucrándose, aunque puede haber uno que por gusto muestre su cojera por el pueblo, la cree atractiva. Los hombres de los jeep que cargan personas para llevarlos a las veredas que de noche saben volverse sitios incómodos para regresar. Los tenderos, los pocos panaderos, los del pseudo terminal y el hombre que piensa en muchas desagracias que pueden ocurrir en el pueblo basado en desgracias anteriores. ¡Ah, y las religiosas que son tías siempre de alguien que no vive en el pueblo, siempre chismosas ellas!
Faltan personajes, que el lector sabrá imaginarse, menos al médico, que debe gustarle el alcohol y ser amigo del padre - que está incluido con la iglesia-, ambos calvos y religiosos.
El pueblo suele ser muy calmado, además suele poderse disfrutar de él a cualquier hora del días. Hay un ser, que lo disfrutaba de un modo particular, no muy particular, pero sí un poco. Éste vivía en una casa un poco lejos de la zona central del pueblo casi comenzando las veredas, vivía junto a familiares, era una casa grande, de esas que suelen tener una fuente en el patio que queda al lado del comedor que a su vez da al pasillo que comunica a los primeros cuatro cuartos, los otros cinco estaban en el segundo piso.
De los humanos que aquí viven, sólo uno es de interés, que fue el mencionado, preferiría dejarlo sin nombre, pero eso complicaría su identificación. Podríamos colocarle H. es una buena letra del alfabeto español, aunque yo le colocaría tau y digitaría la letra griega y no su nombre, podríamos colocarle James, las personas suelen encariñarse más fácilmente con quien tiene un nombre. Digamos que se llama James y de no gustarle a alguien bien podrá imaginarse que cada vez que lea James realmente lee el nombre que preferiría colocarle.
Entonces James es un hombre que vive con ocho familiares, que disfruta particularmente -pero no mucho- del pueblo que he descrito y que duerme en el segundo piso de la casa.
Hoy, está amaneciendo James comienza a saber que debe levantarse. Lista mentalmente lo que hará mientras le aproxima un tiempo a cada actividad. Hoy recuerda que debe caminar un rato, que podrá despejarse, que podrá relajarse. El Sol sin ser muy amenazante cae sobre su mano desnuda, él hace que se gire, que lo piense un momento y se levante. Con los ojos entre abiertos, decaídos, con pocos ánimos, hace ademán de golpear el aire, disminuyendo la irritación que le causa otro día. Hoy es martes y está temprano, aún no es la hora de salir, se sienta y lee unos pocos párrafos de un libro de aforismos.
Sus oídos escuchan el comienzo del movimiento a su alrededor, de la puerta cerrada de su cuarto hacia afuera. Mira por la ventana del cuarto como una leve neblina cubre la cuadra en que queda su casa. Una de esas tías religiosas es quien día a día cocina pero no limpia, porque son actividades contrarias, según dice. Hoy hace frío, como cada día en el pueblo, hoy la neblina hace rimas con los sonidos de una vieja radio que cuenta los muertos de los ladrones nocturnos de la ciudad más cercana -dése el gusto de escoger cual. James, deja pasar los muy pequeños segundos para comenzar a arreglarse.
El Sol sube un poco, el desayuno queda preparado y James listo, desayuna. Sale en busca de un bus que lo lleve a su ciudad de trabajo - la contraria a la escogida más cercana. Le agradan los buses, pero debe mirar a la gente que está en ellas, que suelen des gradarles. Al subirse al bus, uno de aquellos seres que le molestan lo toca y le dice "ahora, tienes una pata", James lo mira extraño y continua a coger un asiento.
Avanzando el bus, mira los terrenos solitarios mientras piensa en vicisitudes que lo alejen de la monotonía de su trabajo. Claro que no le molestan tantas personas, podría apreciar varias más, pero la adultez y la sensación de ser un graduado le resultan denigrante, lo hacen irritable y predispuesto al temblor del ánimo. Este viaje lo hace diario, a veces sabe qué debe hacer al ir a esa ciudad, como hoy, otros días sabe que tendrá que enterarse. Hoy el Sol ataca vehemente la ciudad en que trabaja, de calles angostas y pocos parque principales.
Como cada mañana, piensa en sus once años de servicio en esa empresa, se pregunta cómo su cabello no ha comenzado a caerse. Al menos sabía que hoy su trabajo sería menos trabajoso. Cada día se colocaba una corbata y un pantalón gris, una camisa blanca y una sonrisa que o bien podría conseguir con sus lecturas o bien podría conseguir forzarlo de sus felices reminiscencias. Hoy, sabía que podía mirar despectivamente, hoy iba vestido de comodidad, hoy podía irritarse con sus recuerdos, hoy podía detestar sus lecturas, hoy podía no reconstruirse para parecer agradable.
Había comenzado a tener una aparente preferencia por la soledad, aparente, porque hablar con alguien agradablemente es el deleite de muchos, uno de ellos, él. Pero las conversaciones que había mantenido los últimos años -unos 17- le resultaban tediosas. Evitaba la gente, aunque para conversar agradablemente se requería al menos uno más que no sea uno mismo. Ya había conocido quien se amañara con sus palabras y quien con sus palabras amañara su ser.
Esa soledad al menos le permitía encerrarse en lecturas que le dejaban escuchar la calma. La familia que poco compartía su gusto solía marcarle más la molestia al resto de la gente con un simpático televisor. Llega a la ciudad...
Aquella ciudad tan calurosa, aquel resplandor del terminal y la imagen en su cabeza de tener que ir a la oficina para recoger los implementos. Tener que saludar personas, esas personas con esas sonrisas, con esas ropas, con esos ademanes "¿para qué?" se preguntaba. La amargura en él era una falta de afinidad con el medio, una segregación inusual de discordia mental que las otras personas no reconocían pero sí evitaban. Hoy vamos hacia la oficina, junto a él, para luego caminar intensamente en reparaciones de casa en casa.
Era un ingeniero, que estaba enamorado de ingeniar, que procuró al estudiarla cumplir con el objetivo que parecía tener su nombre. En la oficina en que trabajaba, miraba a tantos ingenieros de esos clásicos, que se hicieron ingenieros para realizar nuevamente el ingenio de otros. James admitía que eso era él ahora mismo, una persona que sabe métodos que no había ingeniado, pero que sí eran ingeniosos. Hoy lo saludaban con un sonrisa, o con el ambiguo gesto que daba entre el desprecio y la amabilidad. Devolvía el saludo pero su molestia al hacerlo era más notoria que la de ellos. "Yo creo que de aquí puedes llevarte dos patas más" nuevamente miró extrañado. A este compañero de trabajo lo conocía "¿A qué te refieres?" preguntó, a lo que respondió el otro "¿ah? te he preguntado ¿cómo has amanecido?" confundido James devuelve el saludo.
En el lugar de trabajo sus primeros cuatro años de servicio los hizo con gracia, procuró acercárseles a las personas en caso de ser necesario, hablaba con otros de nimiedades que no le interesaban y que le aburrían. Habían fuentes en ese momento de entretenimiento que hacían que esos momentos no importaran. Las fuentes a veces mueren, a veces no mencionan razones, las fuentes a veces se aburren también porque esperan para desaburrirse a aquel que los usa para desaburrirse. Cada una de esas fuentes se le fueron desapareciendo, cada una por razones distintas o a veces repitieron razones. Ahora podría leer, como lo podía antes, pero las lecturas sólo lo servían para olvidar la irritación hacia el medio.
Les comento que en otros momentos leer sobre James no hubiese sido entretenido, saber que ahora bajamos lentamente por un ascensor junto a él y con una maleta llena de materiales. Bajamos junto a un hombre cansado de su existencia pudo ser inclusive más tedioso. Un hombre feliz suele contar sus historias por torpes que sean como maravillosas, un hombre triste suele contar sus historias como re afirmaciones de su tristeza - a menos claro que llegue aquello contrario a lo que le produjo la tristeza. Un hombre amargado como era James suele enojarse cuando cuentan sus historias y al menos eso resulta gracioso. Explico que hace varios años James era un hombre feliz, un poco más cerca James era un hombre triste y ahora amargado ha caído en el día que se le permite embarazarse de una confirmación de su finitud. Otros días de amargura no hubiesen sido tampoco interesantes.
Revisa su itinerario, hay personas que visitar con distintos problemas, algunos pasan por su mente como triviales, lo cual él interpretaba como trabajo para técnicos, pero sabía que no era inusual que esto pasara. Varias de las personas que hoy visitaría ya los conocía, ya había hecho un contrato con la empresa y ya había sido instalado el servicio, luego si el daño era grave, requerirían de un ingeniero, no de un técnico. Pueden tener curiosidad de aquellos máquinas que James repara bien, eso ustedes pueden escogerlo, no es muy relevante.
Los primeros sitios que escogió visitar, respondían a lo que él consideraba un trabajo interesante. Solía ser error de él aplazar lo aburrido cuanto podía, para luego llegarle junto. Los sitios donde estuvo al inicio le exigían mínimo reto, había que programar, sustituir, re ensamblar, cuestiones que hacían un puzzle en su cabeza y lo divertían. Hablaba cálidamente con las personas, a veces olvidaba que el experto era él, entonces en su explicación dejaba detalles omitidos o sin simplificar, pero procuraba que las personas pudiesen imaginar lo que decía siempre que recordara que el entendimiento mutuo en una conversación de dos es importante.
Terminando estos trabajos, pensado en que había ingeniado un poco, que había ingeniado combinando adecuadamente el ingenio de otros, comenzaba a rascarse la cabeza y fingir que podría despeinarse su corto cabello. El Sol ya había comenzado ese descenso en el que la luz quiere ocultarse. Quedaban pocos sitios para atender. Estos sitios son los de los cables rotos, el equipo desconectado, el error en el ensamble, eran las casas, las viviendas, en donde un técnico puede sentirse listo. Consideraba que aunque cerca al atardecer podía cumplir con el resto, fue así, en cada casa el error que causaba mal funcionamiento era simple, podía ser costoso, pero de fácil reparación, las casos más complicados técnicamente eran aquellos en las que el repuesto ya no se podía conseguir por hoy, una molestia para él y para el cliente.
Cerca de la noche, ese atardecer llamativo que miramos para distinguir las gamas de rojos, amarillos y azules, sólo quedaba una cliente, o más bien una pareja de clientes, una anciana y su esposo, pero el anciano permanecía dormido todo el día, excepto ese momento de caricias y mimos que le gustaban a la anciana.
James se encontraba un poco cansado, igualmente creo que nosotros, perseguirlo para poder contar de él, montarnos en sus transportes para poder enterarnos de él, ignorarlo para no sentirnos en una conversación que no entendemos -a menos que seamos afines a su ingeniería-, debía cansarnos un poco. Debía atender, aunque se le dificultara, a esta pareja de clientes. El anciano poco tenía que relacionarse en la situación, roncaba boca arriba y dejaba a la vista los dientes gastados. La anciana poseía la amabilidad de esas personas que son poco visitadas, que valoran cada visita hasta ofrecerles con desinterés un tinto.
James deseó acatar positivamente el ofrecimiento de su clienta, mientras hacían entender la razón de su visita. Cuerda la señora, explicó la situación; el técnico encargado del ensamble de la maquinaria dejó el servicio inconcluso. Qué desalentador. Una falla de este tipo no sólo le era desagradable a James, sino que sabía las implicaciones protocolarias que incluye la empresa en estos casos: había que reportar el evento, molestar con ello al técnico encargado y enviar otro a realizar el ensamble. Dejar a la clienta un día más sin poder usar esa inversión.
Levantóse molesto, explicó rápidamente por qué no debía (quería) ensamblarlo. Comenzó a empacar para retirarse, la anciana enfurecida y triste, le enfureció también. Lo resintió además con su tristeza. Saliendo de la puerta algo contrariado recibió un grito, "¡puedes de esta casa llevarte una pata más!" con lo que logró confundirse. Es demasiado arriesgado decir que James no sabía ensamblar maquinaría, pero tedio y cansancio impedían ser presto; todo aquel protocolo que haría mañana se pudo haber evitado dejándole a la anciana aquel aparato funcionando. Era molestia, era capricho.
La usual expresión de inhibición del evento se mostraba en él. Mientras vamos a acompañarlo, en esa buseta llena entre seis y siete de la noche, anulaba el último suceso, ahogaba preguntas, posibles respuestas que serían mejor aceptadas, casi ignoraba que ya sumaban cuatro patas, "patas ¿de qué?" se preguntaba.
La noche para viajar en buseta es fría, dulcemente nostálgica, molesta en recuerdos, llena de ténues lucecillas que titilan buscando aparearse. Es fría hasta empañar la ventana en donde recodamos nuestras angustias. Esta buseta avisa su llegada al pueblo con un sutil y contundente cambio de temperatura. Un poco dormido, un poco reminiscente, como apreciando lo que nos hizo, como apreciando cuando la constancia no latía perenne.
Estamos en el pueblo, pasa un perro cerca nuestro, James lo mira dejándose desconcertar de medio abstracto dentro de sí. Familiares de nuevo atentos por la comida, reunidos alrededor. Esa mirada despectiva, con tedio, con los mismo rostros, con los comentarios usuales, estar 'bien' siempre, el trabajo va bien, la novia del joven, los prejuicios frente a la sexualidad de la joven, la comida ya comida, las mismas manos que ayer sirvieron, el día de ayer se ha parecido al día de hoy, el fin de semana al fin de semana pasado... "¡no quiero comer hoy aquí!" dijo.
El siguiente discurso viene inventado por el (los) lector (lectores), es ese dado por la tía en momentos de indignación, aquellos en donde sabe (o suele saber) cómo quedar ella como mujer frágil y adolorida, como quien ha sido ofendido, como quien replica por consideración, así logrando la sensibilización de sus cercanos y a veces también la del implicado. Discusión que terminó con "de esta comida puedes llevarte lo que falta, el tórax, los pulmones, el estómago, la bilis, el hígado, el rabo y la cabeza".
"¿Ah?" acató a decir James. Sintió un fuerte dolor en el estómago, como una patada. Subió orgulloso a su cuarto, subimos con él. Puesto en posición fetal, predispuesto a ser golpeado de nuevo, cayó dormido. Su sueño fue corto, su estómago tambaleaba y mostraba leves salticos de la piel en la parte abdominal. Él no soñaba, no sentía pero su cuerpo se movía.
Quedóse sin conciencia, unos minutos, muchos minutos, su estómago se hinchaba, cambió a un color un poco rojizo posiblemente causado por lo que causa sus dolores estomacales. Su familia después de la discusión se des enteró de su existencia, cuestión bastante típica. Ahora, somos nosotros quienes con un poco de morbo miramos lo que le sucede.
Varias horas y sigue sin conciencia, estamos en una medianoche muy fría. ¡Grita adolorido, preocupado y extrañado! Las paredes vibran absorbiendo su grito para no ser oído afuera, saber de sí mismo ahora podía, habilidad que recuperó en un estruendo. Nos mira, ¿nos mira? mira su estómago deformado, vuelve a mirarnos asustado lo hace con lentitud, con las pupilas dilatadas. No sabría yo cómo actuar, al narrador no se le debe ver, y a los vouyeristas lectores supongo que tampoco.
Se arregló un poco, se colocó zapatos, se dirigió a la casa del médico del pueblo. Se quejó un poco antes de que llegar, le dolía el estómago, nos miraba preocupado, con preguntas que no expresaba en el momento. Luego de un poco de insistencia, el médico le abrió la puerta, James de inmediato le mostró el estómago. El otro preocupado le dijo que subiese a su carro de él.
Consideremos que este pueblito, tiene buen desarrollo en cuestiones de salud, así que no debe parecer inadecuada un poco de tecnología para ayudar a la medicina a desarrollarse en este pueblo: después de unos pocos exámenes indirectos, el médico decidió realizar una ecografía. El resultado consiguió de él muchas bendiciones y la expresión "¡Dios mío!" veíamos un cuadrúpedo en el estómago de James, el médico un tanto asustado corrió del consultorio y del edificio entero.
"¿Un cuadrúpedo?" preguntó James. ¿Un cuadrúpedo? Supongo que hay personas que se preguntarán cómo un cuadrúpedo pudo allí alojarse... Comenzó afuera en el pueblo frío, en el pueblo que disfrutaba de manera particular, a caminar trastabillante, a mirar la persona enferma que dormía en frente de la iglesia, a reír con el cielo tan oscuro y golpeado con muchos puntos brillantes. La media noche iba tornándose lejana. Decidió acompañar un rato a la iglesia, acompañar el parque, a mirarlo nocturno y luego al crepúsculo.
Callado y sabiendo de nosotros, miró que el Sol salía, que era el hoy (mañana) joven de nuevo. Callado decidió volver a la casa, mientras su estómago comprendía su impotencia. Tocó un par de veces, la tía abrió anonadada. La familia reunida, somnolienta, con la conversación de siempre... caminó hasta cerca de la sala, callado aún, sonríe. La familia lo miraba, tácita, impaciente.
Sus entrañas se desgarraron dejando salir sereno un pequeño ciervo, James caía muerto, el ciervo saltaba fuera de la casa, indiferente de la situación, untado de sangre. Detrás del animal, nosotros caminamos. James más no ha de contarnos.
Como pueblo pequeño tiene una plaza en donde alrededor se tienen las zonas para comprar cuando se es turista, ventas de comida chatarra, los usuales restaurante, la iglesia que no falta acompañada de un enfermo que mantiene rondando la plaza sin procurar mucho, y los caminos para las casa con su sensación a desolación.
Consideremos, además, esos personajes característicos de un pueblo o del pueblo que ahora imagino, que no sólo harán parte del pueblo, sino que podrán ser esos personajes que en caso de hacer una historia misteriosa -incluso de miedo- puedo hacerlos desaparecer, o dañarlos sin que altere demasiado la historia, personajes sin aparente importancia, pero que pueden con sus participación -no sólo tienen que sufrir - podrán producir escenas agradables o que inclinen la historia, pueden producir incluso la decisión de un lector a continuar o no con la lectura.
Estos personajes usuales en un pueblo, podrían ser entre otros muchos un carnicero, que particularmente éste usa una cortadora industrial, pero tiene todos sus miembros bien puesto a diferencia de uno o dos de sus ayudantes que tuvieron tropiezos desagradables. Una costurera con creencias de bruja, con delirios de bruja, que puede predecir cómo desea una joven con rostro tierno y cabello corto que una prenda amarilla y de botones sea cortada y cosida para parecerle bonita. Coloquemos un número primo de cojos con oficios varios, digamos que dos de esos cojos son jubilados y que trabajaron durante años en una de las dos ciudades aledañas, así que no necesitan lucir su cojera ante el pueblo para continuar lucrándose, aunque puede haber uno que por gusto muestre su cojera por el pueblo, la cree atractiva. Los hombres de los jeep que cargan personas para llevarlos a las veredas que de noche saben volverse sitios incómodos para regresar. Los tenderos, los pocos panaderos, los del pseudo terminal y el hombre que piensa en muchas desagracias que pueden ocurrir en el pueblo basado en desgracias anteriores. ¡Ah, y las religiosas que son tías siempre de alguien que no vive en el pueblo, siempre chismosas ellas!
Faltan personajes, que el lector sabrá imaginarse, menos al médico, que debe gustarle el alcohol y ser amigo del padre - que está incluido con la iglesia-, ambos calvos y religiosos.
El pueblo suele ser muy calmado, además suele poderse disfrutar de él a cualquier hora del días. Hay un ser, que lo disfrutaba de un modo particular, no muy particular, pero sí un poco. Éste vivía en una casa un poco lejos de la zona central del pueblo casi comenzando las veredas, vivía junto a familiares, era una casa grande, de esas que suelen tener una fuente en el patio que queda al lado del comedor que a su vez da al pasillo que comunica a los primeros cuatro cuartos, los otros cinco estaban en el segundo piso.
De los humanos que aquí viven, sólo uno es de interés, que fue el mencionado, preferiría dejarlo sin nombre, pero eso complicaría su identificación. Podríamos colocarle H. es una buena letra del alfabeto español, aunque yo le colocaría tau y digitaría la letra griega y no su nombre, podríamos colocarle James, las personas suelen encariñarse más fácilmente con quien tiene un nombre. Digamos que se llama James y de no gustarle a alguien bien podrá imaginarse que cada vez que lea James realmente lee el nombre que preferiría colocarle.
Entonces James es un hombre que vive con ocho familiares, que disfruta particularmente -pero no mucho- del pueblo que he descrito y que duerme en el segundo piso de la casa.
Hoy, está amaneciendo James comienza a saber que debe levantarse. Lista mentalmente lo que hará mientras le aproxima un tiempo a cada actividad. Hoy recuerda que debe caminar un rato, que podrá despejarse, que podrá relajarse. El Sol sin ser muy amenazante cae sobre su mano desnuda, él hace que se gire, que lo piense un momento y se levante. Con los ojos entre abiertos, decaídos, con pocos ánimos, hace ademán de golpear el aire, disminuyendo la irritación que le causa otro día. Hoy es martes y está temprano, aún no es la hora de salir, se sienta y lee unos pocos párrafos de un libro de aforismos.
Sus oídos escuchan el comienzo del movimiento a su alrededor, de la puerta cerrada de su cuarto hacia afuera. Mira por la ventana del cuarto como una leve neblina cubre la cuadra en que queda su casa. Una de esas tías religiosas es quien día a día cocina pero no limpia, porque son actividades contrarias, según dice. Hoy hace frío, como cada día en el pueblo, hoy la neblina hace rimas con los sonidos de una vieja radio que cuenta los muertos de los ladrones nocturnos de la ciudad más cercana -dése el gusto de escoger cual. James, deja pasar los muy pequeños segundos para comenzar a arreglarse.
El Sol sube un poco, el desayuno queda preparado y James listo, desayuna. Sale en busca de un bus que lo lleve a su ciudad de trabajo - la contraria a la escogida más cercana. Le agradan los buses, pero debe mirar a la gente que está en ellas, que suelen des gradarles. Al subirse al bus, uno de aquellos seres que le molestan lo toca y le dice "ahora, tienes una pata", James lo mira extraño y continua a coger un asiento.
Avanzando el bus, mira los terrenos solitarios mientras piensa en vicisitudes que lo alejen de la monotonía de su trabajo. Claro que no le molestan tantas personas, podría apreciar varias más, pero la adultez y la sensación de ser un graduado le resultan denigrante, lo hacen irritable y predispuesto al temblor del ánimo. Este viaje lo hace diario, a veces sabe qué debe hacer al ir a esa ciudad, como hoy, otros días sabe que tendrá que enterarse. Hoy el Sol ataca vehemente la ciudad en que trabaja, de calles angostas y pocos parque principales.
Como cada mañana, piensa en sus once años de servicio en esa empresa, se pregunta cómo su cabello no ha comenzado a caerse. Al menos sabía que hoy su trabajo sería menos trabajoso. Cada día se colocaba una corbata y un pantalón gris, una camisa blanca y una sonrisa que o bien podría conseguir con sus lecturas o bien podría conseguir forzarlo de sus felices reminiscencias. Hoy, sabía que podía mirar despectivamente, hoy iba vestido de comodidad, hoy podía irritarse con sus recuerdos, hoy podía detestar sus lecturas, hoy podía no reconstruirse para parecer agradable.
Había comenzado a tener una aparente preferencia por la soledad, aparente, porque hablar con alguien agradablemente es el deleite de muchos, uno de ellos, él. Pero las conversaciones que había mantenido los últimos años -unos 17- le resultaban tediosas. Evitaba la gente, aunque para conversar agradablemente se requería al menos uno más que no sea uno mismo. Ya había conocido quien se amañara con sus palabras y quien con sus palabras amañara su ser.
Esa soledad al menos le permitía encerrarse en lecturas que le dejaban escuchar la calma. La familia que poco compartía su gusto solía marcarle más la molestia al resto de la gente con un simpático televisor. Llega a la ciudad...
Aquella ciudad tan calurosa, aquel resplandor del terminal y la imagen en su cabeza de tener que ir a la oficina para recoger los implementos. Tener que saludar personas, esas personas con esas sonrisas, con esas ropas, con esos ademanes "¿para qué?" se preguntaba. La amargura en él era una falta de afinidad con el medio, una segregación inusual de discordia mental que las otras personas no reconocían pero sí evitaban. Hoy vamos hacia la oficina, junto a él, para luego caminar intensamente en reparaciones de casa en casa.
Era un ingeniero, que estaba enamorado de ingeniar, que procuró al estudiarla cumplir con el objetivo que parecía tener su nombre. En la oficina en que trabajaba, miraba a tantos ingenieros de esos clásicos, que se hicieron ingenieros para realizar nuevamente el ingenio de otros. James admitía que eso era él ahora mismo, una persona que sabe métodos que no había ingeniado, pero que sí eran ingeniosos. Hoy lo saludaban con un sonrisa, o con el ambiguo gesto que daba entre el desprecio y la amabilidad. Devolvía el saludo pero su molestia al hacerlo era más notoria que la de ellos. "Yo creo que de aquí puedes llevarte dos patas más" nuevamente miró extrañado. A este compañero de trabajo lo conocía "¿A qué te refieres?" preguntó, a lo que respondió el otro "¿ah? te he preguntado ¿cómo has amanecido?" confundido James devuelve el saludo.
En el lugar de trabajo sus primeros cuatro años de servicio los hizo con gracia, procuró acercárseles a las personas en caso de ser necesario, hablaba con otros de nimiedades que no le interesaban y que le aburrían. Habían fuentes en ese momento de entretenimiento que hacían que esos momentos no importaran. Las fuentes a veces mueren, a veces no mencionan razones, las fuentes a veces se aburren también porque esperan para desaburrirse a aquel que los usa para desaburrirse. Cada una de esas fuentes se le fueron desapareciendo, cada una por razones distintas o a veces repitieron razones. Ahora podría leer, como lo podía antes, pero las lecturas sólo lo servían para olvidar la irritación hacia el medio.
Les comento que en otros momentos leer sobre James no hubiese sido entretenido, saber que ahora bajamos lentamente por un ascensor junto a él y con una maleta llena de materiales. Bajamos junto a un hombre cansado de su existencia pudo ser inclusive más tedioso. Un hombre feliz suele contar sus historias por torpes que sean como maravillosas, un hombre triste suele contar sus historias como re afirmaciones de su tristeza - a menos claro que llegue aquello contrario a lo que le produjo la tristeza. Un hombre amargado como era James suele enojarse cuando cuentan sus historias y al menos eso resulta gracioso. Explico que hace varios años James era un hombre feliz, un poco más cerca James era un hombre triste y ahora amargado ha caído en el día que se le permite embarazarse de una confirmación de su finitud. Otros días de amargura no hubiesen sido tampoco interesantes.
Revisa su itinerario, hay personas que visitar con distintos problemas, algunos pasan por su mente como triviales, lo cual él interpretaba como trabajo para técnicos, pero sabía que no era inusual que esto pasara. Varias de las personas que hoy visitaría ya los conocía, ya había hecho un contrato con la empresa y ya había sido instalado el servicio, luego si el daño era grave, requerirían de un ingeniero, no de un técnico. Pueden tener curiosidad de aquellos máquinas que James repara bien, eso ustedes pueden escogerlo, no es muy relevante.
Los primeros sitios que escogió visitar, respondían a lo que él consideraba un trabajo interesante. Solía ser error de él aplazar lo aburrido cuanto podía, para luego llegarle junto. Los sitios donde estuvo al inicio le exigían mínimo reto, había que programar, sustituir, re ensamblar, cuestiones que hacían un puzzle en su cabeza y lo divertían. Hablaba cálidamente con las personas, a veces olvidaba que el experto era él, entonces en su explicación dejaba detalles omitidos o sin simplificar, pero procuraba que las personas pudiesen imaginar lo que decía siempre que recordara que el entendimiento mutuo en una conversación de dos es importante.
Terminando estos trabajos, pensado en que había ingeniado un poco, que había ingeniado combinando adecuadamente el ingenio de otros, comenzaba a rascarse la cabeza y fingir que podría despeinarse su corto cabello. El Sol ya había comenzado ese descenso en el que la luz quiere ocultarse. Quedaban pocos sitios para atender. Estos sitios son los de los cables rotos, el equipo desconectado, el error en el ensamble, eran las casas, las viviendas, en donde un técnico puede sentirse listo. Consideraba que aunque cerca al atardecer podía cumplir con el resto, fue así, en cada casa el error que causaba mal funcionamiento era simple, podía ser costoso, pero de fácil reparación, las casos más complicados técnicamente eran aquellos en las que el repuesto ya no se podía conseguir por hoy, una molestia para él y para el cliente.
Cerca de la noche, ese atardecer llamativo que miramos para distinguir las gamas de rojos, amarillos y azules, sólo quedaba una cliente, o más bien una pareja de clientes, una anciana y su esposo, pero el anciano permanecía dormido todo el día, excepto ese momento de caricias y mimos que le gustaban a la anciana.
James se encontraba un poco cansado, igualmente creo que nosotros, perseguirlo para poder contar de él, montarnos en sus transportes para poder enterarnos de él, ignorarlo para no sentirnos en una conversación que no entendemos -a menos que seamos afines a su ingeniería-, debía cansarnos un poco. Debía atender, aunque se le dificultara, a esta pareja de clientes. El anciano poco tenía que relacionarse en la situación, roncaba boca arriba y dejaba a la vista los dientes gastados. La anciana poseía la amabilidad de esas personas que son poco visitadas, que valoran cada visita hasta ofrecerles con desinterés un tinto.
James deseó acatar positivamente el ofrecimiento de su clienta, mientras hacían entender la razón de su visita. Cuerda la señora, explicó la situación; el técnico encargado del ensamble de la maquinaria dejó el servicio inconcluso. Qué desalentador. Una falla de este tipo no sólo le era desagradable a James, sino que sabía las implicaciones protocolarias que incluye la empresa en estos casos: había que reportar el evento, molestar con ello al técnico encargado y enviar otro a realizar el ensamble. Dejar a la clienta un día más sin poder usar esa inversión.
Levantóse molesto, explicó rápidamente por qué no debía (quería) ensamblarlo. Comenzó a empacar para retirarse, la anciana enfurecida y triste, le enfureció también. Lo resintió además con su tristeza. Saliendo de la puerta algo contrariado recibió un grito, "¡puedes de esta casa llevarte una pata más!" con lo que logró confundirse. Es demasiado arriesgado decir que James no sabía ensamblar maquinaría, pero tedio y cansancio impedían ser presto; todo aquel protocolo que haría mañana se pudo haber evitado dejándole a la anciana aquel aparato funcionando. Era molestia, era capricho.
La usual expresión de inhibición del evento se mostraba en él. Mientras vamos a acompañarlo, en esa buseta llena entre seis y siete de la noche, anulaba el último suceso, ahogaba preguntas, posibles respuestas que serían mejor aceptadas, casi ignoraba que ya sumaban cuatro patas, "patas ¿de qué?" se preguntaba.
La noche para viajar en buseta es fría, dulcemente nostálgica, molesta en recuerdos, llena de ténues lucecillas que titilan buscando aparearse. Es fría hasta empañar la ventana en donde recodamos nuestras angustias. Esta buseta avisa su llegada al pueblo con un sutil y contundente cambio de temperatura. Un poco dormido, un poco reminiscente, como apreciando lo que nos hizo, como apreciando cuando la constancia no latía perenne.
Estamos en el pueblo, pasa un perro cerca nuestro, James lo mira dejándose desconcertar de medio abstracto dentro de sí. Familiares de nuevo atentos por la comida, reunidos alrededor. Esa mirada despectiva, con tedio, con los mismo rostros, con los comentarios usuales, estar 'bien' siempre, el trabajo va bien, la novia del joven, los prejuicios frente a la sexualidad de la joven, la comida ya comida, las mismas manos que ayer sirvieron, el día de ayer se ha parecido al día de hoy, el fin de semana al fin de semana pasado... "¡no quiero comer hoy aquí!" dijo.
El siguiente discurso viene inventado por el (los) lector (lectores), es ese dado por la tía en momentos de indignación, aquellos en donde sabe (o suele saber) cómo quedar ella como mujer frágil y adolorida, como quien ha sido ofendido, como quien replica por consideración, así logrando la sensibilización de sus cercanos y a veces también la del implicado. Discusión que terminó con "de esta comida puedes llevarte lo que falta, el tórax, los pulmones, el estómago, la bilis, el hígado, el rabo y la cabeza".
"¿Ah?" acató a decir James. Sintió un fuerte dolor en el estómago, como una patada. Subió orgulloso a su cuarto, subimos con él. Puesto en posición fetal, predispuesto a ser golpeado de nuevo, cayó dormido. Su sueño fue corto, su estómago tambaleaba y mostraba leves salticos de la piel en la parte abdominal. Él no soñaba, no sentía pero su cuerpo se movía.
Quedóse sin conciencia, unos minutos, muchos minutos, su estómago se hinchaba, cambió a un color un poco rojizo posiblemente causado por lo que causa sus dolores estomacales. Su familia después de la discusión se des enteró de su existencia, cuestión bastante típica. Ahora, somos nosotros quienes con un poco de morbo miramos lo que le sucede.
Varias horas y sigue sin conciencia, estamos en una medianoche muy fría. ¡Grita adolorido, preocupado y extrañado! Las paredes vibran absorbiendo su grito para no ser oído afuera, saber de sí mismo ahora podía, habilidad que recuperó en un estruendo. Nos mira, ¿nos mira? mira su estómago deformado, vuelve a mirarnos asustado lo hace con lentitud, con las pupilas dilatadas. No sabría yo cómo actuar, al narrador no se le debe ver, y a los vouyeristas lectores supongo que tampoco.
Se arregló un poco, se colocó zapatos, se dirigió a la casa del médico del pueblo. Se quejó un poco antes de que llegar, le dolía el estómago, nos miraba preocupado, con preguntas que no expresaba en el momento. Luego de un poco de insistencia, el médico le abrió la puerta, James de inmediato le mostró el estómago. El otro preocupado le dijo que subiese a su carro de él.
Consideremos que este pueblito, tiene buen desarrollo en cuestiones de salud, así que no debe parecer inadecuada un poco de tecnología para ayudar a la medicina a desarrollarse en este pueblo: después de unos pocos exámenes indirectos, el médico decidió realizar una ecografía. El resultado consiguió de él muchas bendiciones y la expresión "¡Dios mío!" veíamos un cuadrúpedo en el estómago de James, el médico un tanto asustado corrió del consultorio y del edificio entero.
"¿Un cuadrúpedo?" preguntó James. ¿Un cuadrúpedo? Supongo que hay personas que se preguntarán cómo un cuadrúpedo pudo allí alojarse... Comenzó afuera en el pueblo frío, en el pueblo que disfrutaba de manera particular, a caminar trastabillante, a mirar la persona enferma que dormía en frente de la iglesia, a reír con el cielo tan oscuro y golpeado con muchos puntos brillantes. La media noche iba tornándose lejana. Decidió acompañar un rato a la iglesia, acompañar el parque, a mirarlo nocturno y luego al crepúsculo.
Callado y sabiendo de nosotros, miró que el Sol salía, que era el hoy (mañana) joven de nuevo. Callado decidió volver a la casa, mientras su estómago comprendía su impotencia. Tocó un par de veces, la tía abrió anonadada. La familia reunida, somnolienta, con la conversación de siempre... caminó hasta cerca de la sala, callado aún, sonríe. La familia lo miraba, tácita, impaciente.
Sus entrañas se desgarraron dejando salir sereno un pequeño ciervo, James caía muerto, el ciervo saltaba fuera de la casa, indiferente de la situación, untado de sangre. Detrás del animal, nosotros caminamos. James más no ha de contarnos.
Algo de THC
Hay lugares menos agradables para
regañarse, como el cuaderno favorito en el cual uno suele escribir.
Bien es cierto que debo ignorar muchas mañas injustificadas que
están sólidamente en mí, pero que el método más sencillo que he
obtenido para enfrentar los conceptos en estas mañas, ha sido la
marihuana. Debo decir que me ha ido bien, mal, regular, con
experiencias apreciables otras detestables, y algunas que se sienten
muy desagradable pero me dejan reflexionar sobre lo que aprecios.
Varias veces pierdo parte del tiempo en sus sensaciones, no es
demasiado y no es de día. No debe aumentar.
Me pregunto qué debe hacer un ser
humano al enterarse que una posición más que defectuosa, es
injustificada y lo más importante que de elegir – si se pudiera-
se evitarían, pero es un espacio deprimente del que es terriblemente complicado salir. Dolores, temblores, nervios, ira acompañan cada juicio injustificado -aunque no sólo a estos-, pero también tienen un anexo con una explicación a aveces extensa acerca de su no necesidad, que no debería estar allí. ¿Quién los quita?
La marihuana ha sido cruel reveladora porque no ha sido muy buena mostrándome mis aspectos positivos, sino que ha sido un ente espectacular para soltar diatribas en mi contra, no sólo en el momento del consumo me hace más sincero, además me hace demasiado crítico hacia mí mismo. Tanto para verme en tantas situaciones - incluso en las que me consideraba agradable- bastante repulsivo. Es un ser que al estar dentro de uno está en pro y en contra, a veces sólo en contra a veces sólo en pro. Ambas son incoloras y creo que su carencia de tonalidades es causada por la soledad, desagradable y alegre señora.
Al principio mencioné que era la marihuana el método sencillo para enfrentar estos problemas. Ella desinhibe, permite no pensar sino disfrutar; ella intranquiliza, permite que toda idea sea cruel o mordaz. Es una ambigua. Digo enfrentar no evitar porque consiente me enojo pero procuro ignorar esa sensación, a veces con consecuencias tediosas, en cambio cuando he fumado, no dejan de estrujarse para mostrarse sin pudor ante mí cada defecto. Quiero aclarar que aunque el consumo de hachis tenga esa virtud reflexiva, si sólo se usa para ser reflexivo es muy probable que la vida después del viaje no cambie - aunque sí se ignore- y no tenga más utilidad que disfrutar de olvidar la existencia. Esto último que sea cierto para los nostálgico y los contemplativos, a los que la consciencia los tortura tanto tiempo como lo compartan juntos.
Por esto último - ser nostálgico- termino preguntándome sobre las personas que no lo son y su consumo, o en general la sensación al consumir de otras personas. También esto es de carácter más particular cuando se recuerda el gusto por saber qué piensa una persona en muchas otras situaciones. Aquí en Medellín tengo la impresión que el principal consumo de marihuana sucede entre las neas, no sé qué piensen cuando están consientes, ni trabadas..., no sé nada de neas, sólo tengo esa vaga impresión a peligro que nos produce a muchos, también sus formas de razonar simples y compulsivas. Pero todo esto son impresiones y las impresiones sólo sirven -si acaso- para ser prudentes o hacer generalizaciones inútiles sobre las personas o los grupos.
A cambio de esas reflexiones que provee la marihuana suele cobrar caro, mucho sueño, modorra y cansancio. Puedes dormir como si las energías no volvieran por horas y si vuelven pues, puedes ignorarlos: haces un pequeño esfuerzo, cambias la posición en que estás acostado y vuelves a dormir. Esa va en la post traba, así como el muchis. Odio dormir. Dormir, al igual que tener hijos, está reservado para quienes se sienten contentos con quienes son ahora mismo; al menos dormir mucho, porque domirdormir me toca, unas cuantas horas, tomar fuerzas y a ver la realidad de nuevo, preguntarse los colores con que ella y uno han amanecido para decidir qué expresión colocar al ver el exterior. Dormir mucho es vivir poco, ése, no es un defecto menor de la marihuana, es la cúspide de sus fallos, las horas en el día robados pagando la traba son horas que no se usan para nada, para tener los ojos cerrados o un poco abiertos al son de tu cuerpo pidiendo dedicarte al perezoso hedonismo de no estar sobre ninguna percepción, estar sin soñar, estar "apagado".
Finalizaré regaños, comentarios y demás con el ejército de ideas: buenas, malas, ridículas, ocurrentes..., o al menos eso parecen. Muchas veces no son así. Son sólo ideas escuetas débilmente ocurridas por una mente taquicárdica que todo lo disfruta, resulta buen consejo diferenciar los logros del pensamiento conseguidos en fumar de las ocurrencias obvias que carecen de gracia cuando regresamos a nuestro estado "usual". Varias, debo anotar, sí pueden ser buenas ideas, originales o geniales, aunque sea sonoras; pero estas no son cuantas se nos ocurren.
Si en su fumar encuentra una idea que cree genial - aunque sea una sandez- escríbala, compóngala, recítela, cántela... Que si usted está consiente, tal vez a esa idea le dé miedo salir. Asimismo, si usted anda despreocupado e ideas que le agradan lo apabullan, no espere luego a recordarlas cuando tenga tiempo o ganas de tratarlas, no suelen volver.
sábado, 18 de mayo de 2013
Oscuro y Claro.
A veces creo que la gente razona así como los niños muy pequeños -5 años o menos- usan los colores. Pero no me refiero a los niños que encuentran casualmente un color y lo usan por todas las superficies en donde el color pueda repartirse. Quiero decir aquellos a los que su regalos de cumpleaños, navidad , pascua, días de las madres o capricho de los padres es una caja de colores, digamos 48. Esas cajas preciosas con gamas de azules, verdes, amarillos tantos como para recordarnos que vemos muy pocos en el arcoiris y en nuestros cotidianos días, limitándonos mucho más de lo que nuestros ojos lo hacen.
Tales niños no ven la belleza de tanta variedad. Tomarán los colores que vean más bonitos y les hará muy felices saber que hay demasiado para rayar. Donde quieran rayar de gris, rayarán gris, pero sólo este color. Donde quieran rayar verde, rayarán verde, rayarán verde, pero sólo este color. También, puede que el niño salga con un gusto particular por la estética visual y se dé cuenta fácilmente que o bien el verde y el amarillo forman un par bello para pintar lugares soleados; o bien el rojo y el gris son tan malvados como un volcán en erupción con su ceniza; o bien de desear un asesinato en la ciudad sabrá que el azul, el gris y el negro le ambientará tan bien al muerto como nostálgico, tétrico o casual lo quiera. Puede naturalmente, encontrarse con muchas imágenes que no me puedo imaginar, así que sería tonto intentar dar una ejemplo de estos.
Pero la mayoría de los niños no son así, ni a ellos les gusta usar los colores para pintar la variedad de lo que imaginan ni a gran parte de las personas les gusta expresar sus opiniones sobre algo mostrando toda la variedad de características que en palabras está a su alcance. Lo que aman lo aman totalmente, lo que aprecian lo aprecian totalmente, lo que odian lo seguirán odiando aunque la razón del odio se hubiese ido volátil. Si cada obra del exterior es tan complejo que no lograré entenderla, limitarme a no captar muchas características produce una carencia en entenderlas tanto mayor como decida resguardar mi criterio.
Aunque hasta aquí el símil tiene sentido, o a veces pudiera expandirse más, pero no lo aseguro. Los niños usan pocos colores, muchas veces, sólo porque estos pocos les parece suficiente para divertirse, creo a veces, aunque no con alegría, que un adulto no usa más palabras, más adjetivos de índole distinta, por terquedad, orgullo o capricho. Costumbre incluso. De ser así, el simil agoniza mientras el niño que raya la pared va creciendo para comprender sin enterarse, que razonar con sólo dos colores -uno claro y uno escuro- no es tan divertido como rayar las paredes con dos colores, pero mucho más útil. Así, no tiene que retar lo que pensé de niño, ni tampoco ver perdido lo que cree de adulto.
Tales niños no ven la belleza de tanta variedad. Tomarán los colores que vean más bonitos y les hará muy felices saber que hay demasiado para rayar. Donde quieran rayar de gris, rayarán gris, pero sólo este color. Donde quieran rayar verde, rayarán verde, rayarán verde, pero sólo este color. También, puede que el niño salga con un gusto particular por la estética visual y se dé cuenta fácilmente que o bien el verde y el amarillo forman un par bello para pintar lugares soleados; o bien el rojo y el gris son tan malvados como un volcán en erupción con su ceniza; o bien de desear un asesinato en la ciudad sabrá que el azul, el gris y el negro le ambientará tan bien al muerto como nostálgico, tétrico o casual lo quiera. Puede naturalmente, encontrarse con muchas imágenes que no me puedo imaginar, así que sería tonto intentar dar una ejemplo de estos.
Pero la mayoría de los niños no son así, ni a ellos les gusta usar los colores para pintar la variedad de lo que imaginan ni a gran parte de las personas les gusta expresar sus opiniones sobre algo mostrando toda la variedad de características que en palabras está a su alcance. Lo que aman lo aman totalmente, lo que aprecian lo aprecian totalmente, lo que odian lo seguirán odiando aunque la razón del odio se hubiese ido volátil. Si cada obra del exterior es tan complejo que no lograré entenderla, limitarme a no captar muchas características produce una carencia en entenderlas tanto mayor como decida resguardar mi criterio.
Aunque hasta aquí el símil tiene sentido, o a veces pudiera expandirse más, pero no lo aseguro. Los niños usan pocos colores, muchas veces, sólo porque estos pocos les parece suficiente para divertirse, creo a veces, aunque no con alegría, que un adulto no usa más palabras, más adjetivos de índole distinta, por terquedad, orgullo o capricho. Costumbre incluso. De ser así, el simil agoniza mientras el niño que raya la pared va creciendo para comprender sin enterarse, que razonar con sólo dos colores -uno claro y uno escuro- no es tan divertido como rayar las paredes con dos colores, pero mucho más útil. Así, no tiene que retar lo que pensé de niño, ni tampoco ver perdido lo que cree de adulto.
lunes, 1 de abril de 2013
Cacerola
Ve una luz por la ventana. Esa ventana de la cocina cerca a la cual ha estado de pie los últimos minutos. Mueve la cabeza lentamente hacia el alrededor, su casa sólo tiene encendida la luz del cuarto en el que está de pie, el resto luce perdiendo la iluminación que ésta le da. Está un poco absorto, ido, un tanto desconcentrado pero rápidamente puede volver a lo que pensaba. Tembloroso, con un pequeño cuchillo en su mano izquierda, se fija, con las pupilas dilatadas en los dedos de la mano izquierda. 'Qué blancas paredes' pensó, 'qué molestas verlas a todas así'. Se movía con mucha lentitud, revisaba su alrededor, estaba solo, al menos la compañía que creía no la sentía más que para limitarle y detenerle; o las cucarachas que son siempre sutiles, o los ratones que saben alimentarse por sí mismos. ¡Qué silencio sentía! Pero qué espaciosa se oía la casa, 'no debo verlos de nuevo' decía rasguñando con el cuchillo el mesón de la cocina, 'podré ocultarme de ellos'. Había que preparar la huida, 'estoy solo, pero no siempre, ellos regresarán, masticarán de nuevo cerca a mí, me hablarán, pedirán un favor o más, se relacionarán y hasta me sonreirán', mencionaba con delicadeza, era una huida sin salir de ese cuarto, sin salir de la cocina, sin tener que entrar en otras zonas y sin tener que verlos a ellos de nuevo. 'Quiero encerrarme aquí' se clavó la punta del cuchillo se la enterró cerca a la uña del dedo índice derecho, 'quiero quitarme esta piel' recorría insensible la piel de su palma, sentía el filo deslizándose por los tendones, quería la piel, nada más, esa piel blanca, más clara que aquella que le resta a la mano, pasando por el pulgar que sentía temblar al quedarse desnudo y sangrante, 'no quiero sangrar' miró decepcionado su sangre impedirle la vista y así su precisión al cortar, abrió el grifo para continuar cortando, la sangre diluida con el agua brotaba; continuó cortando, su piel salía un poco. Había cortado toda la piel de la palma desde su dedo índice hasta el pulgar, sabía que no era tanta piel, agarró ese trozo que colgaba un poco y lo haló hasta arrancar casi toda la piel de la palma.
Cogió la piel y la tiró contra la pared que daba al corredor de la casa. 'No me duele' miraba frunciendo el ceño. Aún así se sentía un tanto triunfal, sentía haberse protegido de la compañía que llegaría luego. Se dejó caer al suelo, con brusquedad clavo su cuchillo para arrancar la piel de la parte izquierda de su tronco y la tiró a la alacena. Restregando la sangre, sintió cómo escapaba de su casa sin salir de la cocina. Ese color rojo, no, ese color negro, ese color que se derrama por las paredes que no deja los reflejos ser, que hace insignificante la luz del exterior, que manchaba el piso con el pulso de las gotas cayendo y él deslizando su pecho contra una de las paredes. Sonreía mientras la lengua recorría la pared, que le comunicaba a su columna la necesidad de desprenderse, y ésta sin impedir la invitación se retiraba despaciosa por el cuello, luciendo manchada y tremulosa, para arrastrarlo a él en una esquina con pocas manchas de la cocina. Acomodado en el suelo, y la paredes deslizantes, las vértebras se separaban de la columna para dejarse en el desorden cuagulado de ese cuarto.
Su cabeza apoyada contra una de las paredes de la esquina, se levantaba a golpearse en ocasiones contra la otra. Cambiaba de posición. Sonreía un poco, ya no oía muy bien los sonidos de afuera, la sangre que ya no estaba en él, lo acompañaba en una viscoso charco. Sintió cómo la puerta de su casa se abría, era uno de quienes vivían con él, al dirigirse a la cocina, no lo vio a él, ni a la cocina, tampoco hizo un gesto de extrañarla. 'Aún puedo oírlos' decía presionando el cuchillo. Los pasos del otro continuaron. Él mientras, acercaba el cuchillo a su frente, despacio cerraba sus ojos y comenzaba a dormirse...
Cogió la piel y la tiró contra la pared que daba al corredor de la casa. 'No me duele' miraba frunciendo el ceño. Aún así se sentía un tanto triunfal, sentía haberse protegido de la compañía que llegaría luego. Se dejó caer al suelo, con brusquedad clavo su cuchillo para arrancar la piel de la parte izquierda de su tronco y la tiró a la alacena. Restregando la sangre, sintió cómo escapaba de su casa sin salir de la cocina. Ese color rojo, no, ese color negro, ese color que se derrama por las paredes que no deja los reflejos ser, que hace insignificante la luz del exterior, que manchaba el piso con el pulso de las gotas cayendo y él deslizando su pecho contra una de las paredes. Sonreía mientras la lengua recorría la pared, que le comunicaba a su columna la necesidad de desprenderse, y ésta sin impedir la invitación se retiraba despaciosa por el cuello, luciendo manchada y tremulosa, para arrastrarlo a él en una esquina con pocas manchas de la cocina. Acomodado en el suelo, y la paredes deslizantes, las vértebras se separaban de la columna para dejarse en el desorden cuagulado de ese cuarto.
Su cabeza apoyada contra una de las paredes de la esquina, se levantaba a golpearse en ocasiones contra la otra. Cambiaba de posición. Sonreía un poco, ya no oía muy bien los sonidos de afuera, la sangre que ya no estaba en él, lo acompañaba en una viscoso charco. Sintió cómo la puerta de su casa se abría, era uno de quienes vivían con él, al dirigirse a la cocina, no lo vio a él, ni a la cocina, tampoco hizo un gesto de extrañarla. 'Aún puedo oírlos' decía presionando el cuchillo. Los pasos del otro continuaron. Él mientras, acercaba el cuchillo a su frente, despacio cerraba sus ojos y comenzaba a dormirse...
domingo, 10 de febrero de 2013
¡Qué amanezca!
Que el cielo es quieto, que el cielo toma su tiempo para formar. Que le molestan los pájaros cantando y retiene el movimiento del sol. Que pase el tiempo y que sucedan los mundos, que no soporta la quietud del momento. Él sabe que no debe amanecer, sólo en las noche pueden otros y él mismo recargarse, recuperase, en el día está molesto porque preferiría no darse cuenta de que debe dormirse de que no debe estarse. Perturba a quienes prefieren estar despiertos, a quienes prefieren el día que no deja llegar.
- - -
Quieto está, en la calle, girando sin desearlo, estando para poder esperar, sabe que puede detenerse, pero que de hacerlo lo hará sólo una vez. Lejos de él están las quietudes, los descansares, aquellos que aunque también giran, se detienen un poco, tanto para no enterarse más que aún giran. Quién no se molestara en envidiarlos, estaban retenidos y a salvo de sus medios, a salvo de los medios externos. No suele saber qué preferir, si torturarse impotente, o hacer alguna actividad de poca utilidad, salir habiendo estado, era una proeza, no había más que un sueño profundo al intentar realizarlo, no va a suceder, al menos aquello se repetía. Mantenía harapiento, con una barba dispareja, que se juntaba al mostacho, a veces un cartón, a veces una posada, a veces optimismo. Ni la noche ni el día, ni el amanecer impidiéndose y gritándole quejumbroso al sol; en ningún estado agrada estar, y de estar en más de uno ojalá fuera en varios y en varios lejos de lo que al dejar de creerlo seguía estando allí. No estar allí, para que el frío no fuese tan fuerte, no estar allí para mantenerse en alegrías distintas, no estar allí para que cerca al río partiendo su ciudad lo relajase y no lo atemorizara.
Había para él historias para escuchar, personas qué evitar. Las historias, solían ser contadas por terceros, a veces por él mismo, contando con alegría cicatrices, contando con sus dedos las cicatrices. Hay eso días, y sabe cuales son, en los que hay personas a las que hablarles, en los que hay personas que dedican su tiempo a escuchar las razones de sus cicatrices y su desvarío, lo que decidió desechar para quedarse feliz donde está y lo que decidió adquirir para incomodarse donde está. Él, junto con muchos otros, espera que ese día no falte, porque hará falta tener a alguien algo que contarle. Esos, esos que escuchan son lejanos, de variadas justificaciones para acercarse a él, a ellos, porque son grupos y son agrupados. Esos que escuchan no son ellos, ellos que hablan se le trata con inusual suavidad, ellos que son escuchados no son esos. Son distintos, huelen distinto, se visten distinto, saben distinto.
A él, que en algún momento logró adquirir un gabán que luego le arrebatarían, le gustaban las historias, además de gustarle hacerlas, le gustaba contarlas. Ponía nombres a los desconocidos protagonistas, para hacer cuentos, que parcialmente eran ciertos que parcialmente eran falso, porque se basaban en alguna historia cierta, pero sus personajes siempre eran algo atrevidos y sus voces eran fuertes; en cambio de donde basaba sus historias los protagonistas pasaban penas por sus debilidades, pasaban ridículos porque se permitían varios cambios y algunos tenían voces muy chillonas. Entre ellos, no se cuentan casi historias, cuando lo hacen son historias aisladas que cuentan con furia acerca de aquel alguien que los ha amedrentado por su vivir. Por eso quería que algunos otros, que no fueran como es él, le contaran sobre cómo son quienes son como él, las historias varían, hay suicidios de los que él no se entera, hay improperios, personas que salen de allí, personas que logran pasar temporadas sin acercarse y que luego pasan temporadas sin salir, hay incómodos despertares, cómodos amaneceres en insomnio... Palabras que combinadas él no sabía que podían estar y ser reales.
Había aprendido a ser apreciado por quienes no son como él para que luego de un ofrecimiento artesanal, fueran ellos quienes le mostraran algo del mundo. A veces, muchas veces, sólo oía historias que ellos pasan a diario, historias poco sorprendentes para quienes se parecen a él. Su ropa con un olor no tan nauseabundo le permitía impedir que otros corrieran, que cambiaran de calle, que lo evitaran aunque fuera con alguna mirada. Cuando pensaba en estas últimas - las miradas- reflexionaba acerca de lo poco útil que le había resultado la suya, muy agresiva, cuando su cabello se llenó de nudos su miraba de atenuó, ocultándose entre suciedad y la queratina. Esa misma mirada impidió que fuese mendigo, no obtenía casi dinero en el día y la noche se tornaba tan eterna como el hambre.
Ahora en el frío, pareciera que el sol se acercara..., pareciera que el sol calentará su día y que apenas termine de salir, habrá quien lo levante para que de sus reminiscencias brote la sensación que ese día también tendrá su noche.
- ¡Qué amanezca! ¡Ya!
sábado, 9 de febrero de 2013
- Me gusta cuando salimos a la calle, vemos los países, las nubes y los vientos; me gustan los camino derretidos y tabla de surf: Cada paso dado se acompaña por dudas, mirajes abstractores, deformaciones, tal vez visiones múltiples. Como nos conocemos, enemigos de lo mostrado, críticos de los dicho, sabientes de imposibilidades-.
- Qué arrogancia decir eso, cansan las falsedades pasadas, pudieron engañarme en tiempo antiguos, pero ¿viajar? con simplemente salir a la calle te veo a ti, solamente, esa imagen de una ciudad que no rechazas más que por sus propias personas que se detestan.
(Encontré esto por ahí)
- Qué arrogancia decir eso, cansan las falsedades pasadas, pudieron engañarme en tiempo antiguos, pero ¿viajar? con simplemente salir a la calle te veo a ti, solamente, esa imagen de una ciudad que no rechazas más que por sus propias personas que se detestan.
(Encontré esto por ahí)
lunes, 21 de enero de 2013
MNTO
Esa desagradable impresión a desperdicio, a no realizar mayor actividad que la del descanso y el disfrute infructuoso. Cada mañana levantándose con esa sensación caminándole entre los dedos de los pies, mordiéndolo, haciendo las veces de pequeñas hormigas dentro de sí, semejando un calambre, pero no doloroso, sino irritante, calavérico, que lo entierra más en la cama y apoyándole a seguir en un continuo olvidar de construcciones. Se levantó la mañana anterior y como tal vez hará ahora, para lograr cansarse lo suficiente, hacer los mismo comentarios del día anterior, con personas similares, con tonos similares, incluso si algo le ofende, ofenderse de manera similar a como lo había hecho la última vez que se le mencionaran la ofensa, para así, ojalá muy tarde - luego de la media noche- pueda acostarse y dormir sin darse por enterado. Las fases de sus horas se parecen entre sí. En esta mañana que tiene un sol no muy amigable para él, se le ve acostado del modo en que duermen aquellas personas que han acumulado el cansancio en el hígado, en nostalgias y en sonrisas. Se le nota despierto sobre una cama, irritado, el sol le acompaña con sus luces el rostro, él adolorido en la cabeza y débil en el cuerpo, insulta la posición del calor en la mañana mientras busca cómo acomodarse para seguir durmiendo. Se mueve lo menos que puede.
Está en una cama, ciertamente, no está recostado en su cama. Ha amanecido en un sitio que en algún momento se le permitió quedarse, y no lo está solo. Con él tres personas más, entre colchonetas y una de ellas, un amigo pensaba, le acompañaba en la cama. Todos por un cuarto desgraciadamente muy iluminado. Giraba cuanto se le permitía para huir del sol, no reflexionaba demasiado sobre qué haría ese día, solía darse, como el capricho de la ciudad y los conocidos lo dispusiese. No trataba de pensar qué había hecho, parecía estar entero, sin sorpresas nuevas, como heridas, como tatuajes, como colorete en el rostro de una mujer no recordada, parecía no tenerse qué arrepentir de algo que hubiese hecho. Recordaba, que tenía una chaqueta ese noche, ahora mismo, no la tenía, pero hace mucho calor y mucho dolor de cabeza para recordar una chaqueta de cuero negra. Estas improvisaciones que le hacían olvidar el aburrimiento en otros lugares, son repetitivos, no son muy distintos entre sí; un día en una casa, con una conversación, una afinidad musical, una afinidad física, otro día en otra casa, con otra afinidad estética, con una afinidad en el baile..., un esquema desgastado, sorprendentemente atractivo, y con una imagen de apuesta que pareciera atraer mucho.
Como en esos días, el sol sube, deja de ser amenazante para permanecer dormido. Así se siguen las horas, comienza el hambre a luchar con el sueño y el cuarto en que él duerme pierde personas, dos de ellos se levantan, una de ellas es la que le acompañaba en la cama. Pasando el mediodía comienza a tener un poco más de ánimos de levantarse, apoyados por esa sospecha que le gritaba que no habría comida alguna para él en ese lugar. Mirar el techo, porque no tiene sueño, pero tampoco ganas de levantarse, es su actividad, procura mantener sin pensamientos su cabeza. Luego de un rato, respira hondo, se levanta de la cama, se toca, tiene su billetera, su celular, mil pesos en billete y unas monedas, tendrá con qué engañar al estómago y fingir que come. Con él queda una mujer, aún dormida en la colchoneta, bajita, cansada, de manos pequeñas y de uñas largas pero sin pintar, cabello engañosamente corto, piel levemente morena y neutralidad en los labios. La mira, le sonríe como deseándola ver de nuevo. Por un momento tiene algún pensamiento sobre sus deseos que pronto ahoga, sale por la puerta del cuarto, esperando comer algo y que la noche le mencione como olvidará su vida mañana.
Está en una cama, ciertamente, no está recostado en su cama. Ha amanecido en un sitio que en algún momento se le permitió quedarse, y no lo está solo. Con él tres personas más, entre colchonetas y una de ellas, un amigo pensaba, le acompañaba en la cama. Todos por un cuarto desgraciadamente muy iluminado. Giraba cuanto se le permitía para huir del sol, no reflexionaba demasiado sobre qué haría ese día, solía darse, como el capricho de la ciudad y los conocidos lo dispusiese. No trataba de pensar qué había hecho, parecía estar entero, sin sorpresas nuevas, como heridas, como tatuajes, como colorete en el rostro de una mujer no recordada, parecía no tenerse qué arrepentir de algo que hubiese hecho. Recordaba, que tenía una chaqueta ese noche, ahora mismo, no la tenía, pero hace mucho calor y mucho dolor de cabeza para recordar una chaqueta de cuero negra. Estas improvisaciones que le hacían olvidar el aburrimiento en otros lugares, son repetitivos, no son muy distintos entre sí; un día en una casa, con una conversación, una afinidad musical, una afinidad física, otro día en otra casa, con otra afinidad estética, con una afinidad en el baile..., un esquema desgastado, sorprendentemente atractivo, y con una imagen de apuesta que pareciera atraer mucho.
Como en esos días, el sol sube, deja de ser amenazante para permanecer dormido. Así se siguen las horas, comienza el hambre a luchar con el sueño y el cuarto en que él duerme pierde personas, dos de ellos se levantan, una de ellas es la que le acompañaba en la cama. Pasando el mediodía comienza a tener un poco más de ánimos de levantarse, apoyados por esa sospecha que le gritaba que no habría comida alguna para él en ese lugar. Mirar el techo, porque no tiene sueño, pero tampoco ganas de levantarse, es su actividad, procura mantener sin pensamientos su cabeza. Luego de un rato, respira hondo, se levanta de la cama, se toca, tiene su billetera, su celular, mil pesos en billete y unas monedas, tendrá con qué engañar al estómago y fingir que come. Con él queda una mujer, aún dormida en la colchoneta, bajita, cansada, de manos pequeñas y de uñas largas pero sin pintar, cabello engañosamente corto, piel levemente morena y neutralidad en los labios. La mira, le sonríe como deseándola ver de nuevo. Por un momento tiene algún pensamiento sobre sus deseos que pronto ahoga, sale por la puerta del cuarto, esperando comer algo y que la noche le mencione como olvidará su vida mañana.
sábado, 19 de enero de 2013
Un enano de cartón.
Eduardo es un muñequito armado de cartón. Un cubecraft. Intenta ser una representación cuadrada y de esquinas fuertes de Edward Elric, protagonista de Full Metal Alchemist, insistiendo que él es el alquimista de acero. De un carácter fuerte, algo agresivo y confuso moralmente. Poco he podido hablar con Eduardo para afirmar que al igual que su versión "real" tiene estas características. Eduardo vive en un cuarto piso antes del penthouse de un apartamento de libros que pretendía ser biblioteca, vive con varios entes que son símbolos de reminiscencias, así como él. Hasta hace unos días, vivió con otros que no eran de cartón y que no eran cubecraft, no sé si le haría falta encontrarse con seres de su misma forma o que se hicieron de manera similar. Ahora junto a él, viven dos cubecraft más.
Uno de ellos hace música, es uno de los dafitos, uno de los 'personajes' del grupo Daft Punk -versión cubecraft. Sospechaba yo que eran hombre y mujer, pero no, ambos son hombres, el pretendido mujer está conmigo, el hombre anda por ahí, tal vez extrañando. Estuvieron juntos en un concierto hace sólo unos días. El otro, que participó gustoso del concierto, es un cubecraft de Jake -Hora de Aventura-, el mismo día del concierto (según el tiempo humano -desconozco el tiempo cubecraft-) estuvo con Finn, parecían buscar algo qué hacer.
Regresando a Eduardo, regresando a Edward, él se acomplejaba bastante por su altura, creció poco, es bajito, y se le solía atribuir su altura a la falta de consumo de leche, siempre la detestó. Cuando se le mencionaba algo que se le acercara levemente a una frase sobre su altura reaccionaba saltando y gritando alguna frase exagerando lo que le habían dicho. Algo como: un hombre le dice, 'pensé que eras más alto' a lo que él responde airado '¡Estás diciendo que soy tan pequeño como para pisarme con el pie?'.
Eduardo fue el primer cubecraft que hicimos, seguido de Alphonse, su hermano. Hasta que regresé a Medellín había pensado que el tamaño de los cubecraft con una forma antropomorfa era estandarizado. Aunque Alphonse se me hacía particularmente más cabezón que Eduardo, pero en Pereira no había cómo comprobar mi sospecha.
Llegué a este lugar, para colocar al lado de Eduardo a el dafito y a JakeTon (Jake de cartón - nombre por mejorar) ambos notoriamente más altos que él, es el cubecraft antropomorfo más bajito que conozco. Tal vez esté tan furioso como lo estaría su versión 'real'.
Al menos él, a diferencia de los otros dos, tiene su ropa separada de su roja chaqueta...
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